Pov: Cristina
Henry roncaba suavemente, recostado en el suelo de piedra, entre cristales rotos y sombras espesas. El ambiente era frío, y la única luz venía de la luna que atravesaba la celosía de madera.
Lo observé en silencio.
El mismo príncipe que me había besado a la fuerza, que me había declarado suya frente a todos… ahora parecía tan vulnerable. Tan solo.
Me levanté, busqué una manta doblada sobre un baúl y la llevé con cuidado. Lo cubrí sin decir una palabra.
Luego regresé y me senté junto a él. Su respiración era pesada. Estaba inconsciente por el alcohol. Tomé su cabeza y la recosté sobre mis piernas, guiada por un impulso que no supe frenar.
¿Quién es el verdadero enemigo aquí...?
Siempre creí que cualquiera que viviera dentro de estos muros era parte del sistema que destruyó mi vida. Que todos estaban manchados. Pero ahora… empezaba a ver matices.
Henry no me parecía un mentiroso. Cargaba culpas que no eran suyas. Obedecía a un padre cruel. Fingía sentimientos para proteger a otras.
¿Y William?
El encantador, el dulce, el que parecía un soplo de aire limpio en medio del encierro… ¿Por qué todos temían su ala? ¿Por qué debía evitarlo si parecía tan inofensivo?
Quizás… el peligro tenía un rostro amable.
Quizás… la víctima tenía uno duro.
Suspiré, acaricié con suavidad el cabello de Henry, y mientras mi mente seguía dándole vueltas a la venganza, el poder y la verdad, me dormí sin darme cuenta.
Pov: Henry
Desperté con la cabeza latiéndome, el cuerpo entumecido y el sabor del alcohol aún en la boca.
Me llevé una mano al rostro, respirando hondo.
Y entonces la vi.
Cristina dormía sentada contra la pared, con mi cabeza todavía recostada sobre sus piernas. Me había cubierto con una manta. Tenía la mano sobre mi hombro, como si hubiese pasado la noche asegurándose de que no muriera congelado.
No se había ido.
Me incorporé despacio, observándola. Se veía tan tranquila. Nada en su postura indicaba que estaba actuando. Nadie se queda si no hay algo más.
Mi pecho se tensó.
No recordaba la última vez que alguien me había tocado con cuidado. No por deseo fingido, no por miedo. Solo con… humanidad.
Me puse de pie, sacudiéndome el polvo de la ropa. Caminé hacia la puerta. El guardia me esperaba, con la mirada baja.
—Preparen una habitación especial —ordené, mi voz apenas un susurro—. La de las favoritas del harem.
—¿Favorita, su majestad?
—Desde hoy, Cristina lo es. Que todos lo sepan. Pasó la noche conmigo.
Aunque no hubo contacto alguno, aunque ella simplemente se quedó… eso bastaba. En este palacio, las apariencias importan más que la verdad.
Y yo… necesitaba protegerla. De mi padre. De los ojos que ya estarían sobre ella. Del monstruo que vive en este castillo y que no soy yo.
Volví a mirarla una última vez antes de irme.
No sabía si Cristina me odiaba, si solo me usaba, o si… algo en ella empezaba a quebrarse igual que en mí.
Pero ya era tarde.
Todo había cambiado.