Pov: Henry
Cristina seguía dormida cuando volví a la habitación luego de hablar con los guardias. Su cuerpo, apoyado contra la pared de piedra, temblaba levemente por el frío. Aún tenía mi manta sobre los hombros, la misma con la que ella me habia cubierto por la noche. Su rostro lucía tranquilo, como si por un momento hubiera olvidado el mundo que la rodeaba.
Me acerqué en silencio. La tomé con cuidado entre mis brazos, procurando no despertarla. Era tan liviana que parecía quebrarse con un soplo. Tan pequeña, tan... distinta.
Salí del cuarto y recorrí los pasillos del ala real en dirección a la zona de las favoritas del principe.
Fue allí, justo antes de doblar en uno de los corredores de piedra, cuando lo vi.
William.
Apoyado contra una columna de mármol oscuro, con los brazos cruzados y la mirada clavada en mí. En nosotros.
No dijo nada. Pero sus ojos—habitualmente cálidos—se oscurecieron apenas un instante. Fue un destello, casi imperceptible… pero lo vi.
Él también la había notado. Y no como a las demás.
Seguimos de largo. Fingí no verlo. No por miedo, sino porque no tenía intenciones de entregarle explicación alguna. Esta vez no.
Cuando llegamos a su nueva habitación, ordené a las sirvientas que prepararan todo lo que Cristina pudiera necesitar: ropa limpia, agua caliente, dulces, pan de arroz y frutas. También les di una orden directa:
—No la despierten. Que venga a desayunar conmigo cuando despierte… si quiere hacerlo.
Las criadas asintieron y cerraron la puerta tras de mí.
Pov: William
La escena fue breve, pero suficiente.
Henry. Caminando con una mujer entre los brazos.
Y no era cualquier mujer. Era ella.
Cristina.
La chica que apenas ayer me había susurrado al oído con voz firme que estaba decepcionada de mí. La que no se asustaba con facilidad. La que hablaba como si hubiera vivido más de lo que decía.
Había empezado a tomarla como un nuevo entretenimiento. Un rompecabezas inusual. Una distracción entre los pasillos que ya me aburrían.
Pero al verla así, tan tranquila, dormida entre los brazos de mi hermano…
Algo me ardió por dentro.
No fue rabia. Fue otra cosa.
No me gustaba compartir.
Y mucho menos perder.
Pov: Cristina
Sentí calor. Un calor suave, mullido, que no correspondía al suelo de piedra. Una fragancia de flores dulces y algo de incienso flotaba en el aire.
Abrí los ojos con lentitud.
La habitación era amplia, decorada con telas blancas y doradas, un brasero encendido en una esquina y una ventana de papel que dejaba entrar la luz de la mañana. El colchón bajo mi cuerpo era blando y tibio. Estaba cubierta hasta el cuello con mantas finas.
Me senté de golpe, confundida.
¿Dónde… estoy?
Una criada entró con pasos silenciosos.
—Buenos días, señorita Cristina. Esta es su nueva habitación. El primer príncipe ordenó que le sirvieran el desayuno solo si usted lo pedía. Y que se le llame para desayunar con él solo cuando despierte por voluntad propia.
—¿Qué?
—Dijo… que no quería interrumpir su descanso.
Me quedé en silencio. Miré mis manos. Todo me parecía surreal.
Me llevó en brazos. Me trajo hasta aquí. Y no me despertó.
No sabía si sentirme más confundida, más intrigada… o más en peligro.
Pero lo que era seguro… es que había dejado de ser invisible.
Y eso, en un lugar como este, podía ser tanto una bendición… como una sentencia.