Pov: Cristina
Me lavé el rostro con agua tibia y me peiné el cabello como pude. La criada me había dejado un hanbok de seda azul pálido sobre el biombo. Al tocarlo, sentí un escalofrío recorrerme.
¿De verdad quiero vestirme para él?
Suspiré.
No era por él. No era por Henry. Era por mí. Por lo que vine a hacer a este lugar. Si quería que confiaran en mí, tenía que seguir jugando el papel.
Así que me vestí. Me calcé las sandalias de suela de madera y salí de la habitación con paso firme, aunque el corazón me retumbaba en el pecho.
El pasillo estaba silencioso. Al llegar al salón designado para el desayuno, una de las puertas corredizas de papel se deslizó, y una criada me hizo una reverencia antes de abrirme paso.
Entré.
Henry estaba solo, sentado sobre un cojín frente a una mesa baja de madera lacada. Su cabello oscuro estaba cuidadosamente recogido en la parte superior, y vestía con tonos borgoña y dorado. El contraste con el Henry de la noche anterior era... abrumador.
Me miró. No con arrogancia. Con calma.
—Pensé que no vendrías.
—No vine por usted —respondí, sentándome frente a él—. Vine por el desayuno.
Él rió, bajo.
—Eso me agrada. Prefiero la honestidad antes que las reverencias vacías.
Un silencio breve nos envolvió mientras las criadas servían el té de ginseng y pequeños platos con arroz, sopa de algas y frutas dulces.
—¿Dormiste bien? —preguntó, tomando su taza sin mirarme directamente.
—Dormí. Mejor que otros días.
—Y yo fui una almohada aceptable, por lo que veo.
Rodé los ojos. Él sonrió.
—Gracias… por no despertarme.
—Gracias a vos… por quedarte —murmuró.
La frase me incomodó. No porque sonara falsa. Sino porque era demasiado sincera.
—No fue por ti. Me quedé porque necesitaba pensar.
—¿Y pensaste?
Lo miré. Sus ojos eran oscuros, pero no fríos. No en ese momento.
—Estoy empezando a preguntarme quién es el verdadero enemigo en este lugar.
Eso lo hizo fruncir ligeramente el ceño.
—Una pregunta peligrosa.
—¿Y vos sos una respuesta peligrosa?
Él dejó la taza sobre la bandeja.
—Yo soy alguien que también está tratando de sobrevivir, Cristina.
Mi nombre en su boca sonó distinto. Casi como si lo pronunciara con respeto.
—¿Y cuántas chicas del harem han sobrevivido realmente?
—Más de las que creés. Menos de las que quisiera.
Me quedé en silencio. Quería odiarlo. Recordar quién era. Qué representaba. Pero la conversación fluía con una extraña naturalidad, como si ya nos conociéramos de antes.
—¿Por qué me elegiste para el harem?
—Porque cuando te vi, supe que no ibas a durar mucho como sirvienta.
—¿Tan frágil me viste?
—No —sonrió de lado—. Tan peligrosa.
Abrí la boca para responder, pero entonces la puerta se deslizó.
William.
Vestía de blanco y negro, más sobrio que su hermano, pero con la misma presencia afilada que siempre lo rodeaba. Sus ojos pasaron de Henry a mí. Se detuvieron en mi rostro unos segundos… y luego volvió la sonrisa.
—Buenos días. Lamento interrumpir. No sabía que el desayuno era en pareja.
Henry se puso de pie con calma, aunque lo vi tensar la mandíbula.
—¿Algo que necesites, hermano?
William paseó la mirada por los platos aún servidos.
—Solo pasaba a saludar. Y a ver si Cristina se encontraba bien en su nueva habitación. Ya veo que la están cuidando… mucho.
Sentí cómo la atmósfera cambiaba. Como si los dos estuvieran midiendo sus palabras, con los ojos, con los gestos. Sin armas visibles, pero en guerra.
—Estoy bien, gracias —respondí yo misma, rompiendo el hielo—. Aunque no sabía que ahora tengo dos guardianes tan atentos.
William entrecerró los ojos, divertido.
—No lo sabías aún, pero pronto lo vas a notar.
Luego inclinó levemente la cabeza, y se fue.
El silencio que dejó fue espeso.
Henry me miró con una sombra en el rostro.
—Tené cuidado con él.
—¿Por qué?
—Porque con William… uno nunca sabe si está jugando contigo o salvándote.
No supe qué responder.
Tal vez porque lo mismo empezaba a sentir yo… con ambos.