Pov: Cristina
Cuando volví a mi habitación, tres sirvientas me estaban esperando. Ni bien crucé la puerta, cerraron detrás de mí con un leve crujido y comenzaron a moverse como si supieran exactamente qué hacer.
—Señorita Cristina, hoy será su presentación oficial como favorita del príncipe —dijo una de ellas, de cabello recogido y manos suaves pero firmes.
—¿Presentación oficial? ¿Eso es algo que tengo que… ensayar?
—No, pero es importante que luzca como tal. Nos encargaremos de su presentación.
No tuve tiempo de protestar. En cuestión de minutos me sentaron frente a un espejo de madera tallada. Me quitaron la ropa con una eficiencia que daba miedo y comenzaron a colocarme un vestido de gala azul celeste, con corset ajustado, encaje blanco en el escote y mangas largas con transparencias bordadas.
—¡Ay! Esto aprieta demasiado.
—Debe moldear la figura, señorita.
—¿Moldearla para qué? ¿Para parecer una estatua elegante a punto de desmayarse?
Las tres se miraron entre sí, y rieron por lo bajo.
Luego vino el maquillaje y el peinado. Me recogieron el cabello en un moño alto con bucles sueltos que caían hacia los hombros, y colocaron un pequeño broche de plata con piedras azules en forma de gota.
—No puedo ni pestañear —dije mientras me delineaban los ojos.
—Eso es bueno —dijo una—. Así no arruinará el diseño.
—Claro, porque lo más importante hoy no es respirar… sino mantener el delineado intacto —mascullé.
Se rieron otra vez. A pesar de todo, parecían disfrutar el momento. O al menos, disfrutaban reírse conmigo.
Una vez que terminaron, me dejaron sola frente al espejo. No me reconocí.
Mi reflejo parecía el de una noble. El corset realzaba mis formas, las mangas de encaje me hacían ver más delicada de lo que era, y el peinado me daba un aire de elegancia que no me pertenecía.
—Lista.
—Perfecta —añadió otra.
—Exageradas —murmuré—. Me parezco más a un pastel de boda que a una persona.
Salí de la habitación conteniendo la respiración. Y no por los nervios, sino por el corset.
El pasillo que conducía a los salones del ala noble estaba casi vacío, salvo por una figura que ya empezaba a volverse habitual.
William.
Estaba recostado contra una columna de piedra tallada, con las manos cruzadas sobre el pecho y una expresión que no supe leer del todo.
—¿Así que te mudaste? —dijo.
—Y vos seguís rondando pasillos como si te pertenecieran —le respondí.
Él esbozó una sonrisa.
—Supongo que tendré que mover el cerezo otra vez.
Me detuve en seco.
—No es necesario
William no respondió enseguida. Me miró con ese aire ambiguo que empezaba a desesperarme.
—Lo puse allí porque te lo regalé ¿recuerdas?. Ahora estás en otra ala… así que deberías tener otro.
—No tenías por qué hacerlo —dije, más suave.
—Lo sé. Pero lo hice igual.
—¿Y vas a seguir apareciendo cada vez que me manden a una nueva sala?
—No —respondió—. Pero si dejo de hacerlo, capaz te aburrís.
Rodé los ojos.
—¿Y viniste solo a hablar de árboles?
—No. Vine a recordarte que hoy vas a estar en una sala llena de ojos que quieren verte fallar.
—Gracias por el ánimo.
—Lo digo en serio, Cristina. Esta presentación no es solo para los demás… también es una prueba para vos.
—¿Y vos qué querés de esa prueba?
Él se inclinó hacia mí. Su voz fue apenas un susurro.
—Ver si de verdad estás hecha para esto. O si solo sos una pieza más en el juego de mi hermano.
Y se fue.
Pov: Henry
La vi llegar desde el fondo del pasillo que daba al salón del almuerzo. Caminaba con ese paso incierto que la hacía ver frágil, pero con la cabeza erguida. No ocultaba lo que sentía. Jamás lo hacía.
Su vestido azul la envolvía con gracia involuntaria. El corset acentuaba su figura, pero no su actitud. Esa seguía siendo torpe, sincera… y peligrosa.
Cuando se acercó a mí para la entrada oficial, hizo una reverencia tan desequilibrada que la tuve que sujetar por la muñeca para que no cayera de boca al suelo.
—Ay —dijo, y luego susurró—. Esto es humillante.
—Estás perfecta.
—Estás ciego.
Sonreí. Me costaba no hacerlo cuando la tenía cerca.
La llevé conmigo al gran comedor. Las puertas dobles se abrieron y todas las miradas se dirigieron a nosotros.
—Permítanme presentar a Cristina Malcom —anuncié, sin desviar la vista de ella—. Mi única favorita.
Un murmullo recorrió el lugar como una ola baja. Algunos bajaron la cabeza, otros apenas parpadearon. Pero yo sabía que la veían. Que ya no podrían ignorarla.
Cristina se sentó a mi lado, no sin antes enganchar el borde de su vestido en la silla.
—Este vestido me odia —dijo por lo bajo.
—O te tiene miedo —murmuré, sirviéndole una copa.
Ella me miró con suspicacia, pero no respondió.
Ese almuerzo fue solo el principio. A partir de hoy, todos sabrían quién era.
Y yo… también tendría que decidir quién quería que fuera.