Pov: Cristina
El almuerzo había terminado, pero las miradas no. Donde fuera que caminara, los ojos me seguían como si llevara en la espalda un cartel que dijera: la elegida.
No sabía si sentirme orgullosa o incómoda. Probablemente ambas.
Volvía hacia mi habitación —dentro de el ala del príncipe Henry— con pasos medidos, como si de pronto tuviera que aprender a caminar de nuevo. Las sirvientas que antes me sonreían ahora bajaban la mirada o susurraban a mis espaldas. Incluso una de las que me había vestido esa mañana fingió no reconocerme.
Una hora antes estaban riendo conmigo. Ahora, solo quedaba el silencio.
Abrí la puerta de mi cuarto y cerré tras de mí con un suspiro largo. El vestido azul me apretaba hasta la paciencia. Me quité los zapatos, solté el moño de mi cabello y me senté frente al tocador, mirándome a los ojos en el espejo.
"¿De verdad estás hecha para esto?", había dicho William.
No tenía la respuesta.
Pov: Henry
Estaba en mi estudio, repasando los informes del día, pero no podía concentrarme. Cada palabra escrita parecía desdibujarse en el papel. La imagen de Cristina, haciendo equilibrio sobre tacones que odiaba, fingiendo no tener miedo cuando todo el salón la devoraba con la mirada... seguía delante de mí.
Y no, no fue en el almuerzo cuando la miré como mujer por primera vez. Fue mucho antes. Cuando me enfrentó por primera vez, sin saber quién era. Cuando entró al palacio y no bajó la cabeza.
Ella no estaba hecha para ser favorita. Y sin embargo, era la única que podía ocupar ese lugar sin parecer una muñeca más.
Alguien tocó la puerta.
—Pase.
Un guardia entró y se inclinó levemente.
—El segundo príncipe estuvo rondando el pasillo de la señorita Cristina después del almuerzo. ¿Desea que reforcemos la vigilancia?
Fruncí el ceño.
—No. Solo asegúrense de que no entre. No quiero problemas por ahora.
El guardia asintió y salió.
Volví a mirar el papel, pero esta vez lo aparté. Me levanté y caminé hacia la ventana. El cerezo del jardín parecía más lleno que nunca. Tal vez era una ilusión. O tal vez…
Pov: Cristina
No pude descansar. El ambiente del palacio se había vuelto más espeso. Había pasado de ser invisible a ser visible de más. Y aunque Henry no me presionaba, aunque William me dejaba pensando con cada palabra ambigua… sabía que algo se movía bajo la superficie.
Y que yo, sin quererlo, estaba justo en el centro.
Tocaron la puerta. Me sobresalté.
—¿Sí?
Era una criada. La misma que esa mañana me había apretado el corset hasta sacarme el alma.
—El príncipe desea saber si necesita algo.
—Solo… agua caliente para lavarme la cara. Y…
La miré con duda.
—¿Qué sucede?
—Nada, mi señora. Solo… tenga cuidado. A veces, las coronas más pesadas no son las de oro.
Y se fue.
Me quedé ahí, con esa frase zumbando en mi cabeza.
Las coronas más pesadas…
Quizás tenía razón.