Capítulo 12 : El precio de ser vista

Pov: Cristina

Esa noche no dormí.

No porque no quisiera. Mi cuerpo, todavía adolorido por el corset y la tensión del almuerzo, pedía descanso. Pero mi cabeza no paraba. Las imágenes del día desfilaban una y otra vez como una obra de teatro mal actuada: mi entrada al comedor, los rostros que intentaban fingir cortesía mientras evaluaban cada paso, William con sus advertencias veladas, Henry tocándome la muñeca justo antes de caer… y esas palabras: "Mi única favorita".

Yo no sabía qué significaba ser una favorita, mucho menos la única. Las criadas me trataban con respeto, sí, pero detrás de cada gesto había una chispa de lástima o miedo. Como si supieran algo que yo no.

Salí al pasillo, decidida a buscar aire. La noche en el castillo era más silenciosa de lo que imaginaba. Solo el crepitar de las antorchas y el lejano canto de un búho rompían la quietud.

Bajé al jardín interno. Las flores dormían, pero el aroma seguía vivo. Caminé sin rumbo hasta sentarme cerca del estanque. No sabía cuánto tiempo había pasado cuando escuché pasos detrás de mí.

—No deberías estar sola a estas horas —dijo una voz baja, grave.

Me giré. Henry.

Vestía ropa informal, una camisa blanca suelta y pantalones de lino oscuros. Nada que lo hiciera parecer un príncipe. Solo un hombre con el ceño fruncido y una sombra en la mirada.

—No pude dormir —dije, sin levantarme.

—Lo imaginé —se acercó y se sentó a mi lado, no muy cerca, pero tampoco con distancia ceremonial.

—¿Viniste a espiarme?

—No. Fui a buscarte —confesó.

Eso me descolocó. Lo miré.

—¿Por qué?

—Porque te noté inquieta durante todo el almuerzo. Y porque ahora estás sentada frente al estanque como si pudieras disolverte en el agua.

—Tal vez quiero hacerlo.

Él me observó en silencio unos segundos.

—Estás más fuerte de lo que aparentás —dijo al fin.

—¿Por qué decís eso?

—Porque yo conozco este lugar. Sé lo que hace con las personas que intentan ser diferentes.

—¿Y qué hace?

—Las tritura. Las vuelve obedientes o las elimina.

No supe qué responder.

—No quiero que te pase eso a vos —añadió.

—¿Y qué esperás que haga? ¿Qué sonría mientras camino sobre un campo minado?

—Espero que resistas. Que sigas siendo torpe y brutalmente honesta —me miró—. Es lo que te hace peligrosa.

—¿Y por qué peligrosa?

—Porque me haces desear cosas que no debería querer.

Su voz no era seductora. Era honesta. Cruda. Y eso fue lo que me dio miedo.

—Deberías irte a dormir —dije, intentando cortar la tensión.

—Debería —respondió—. Pero no puedo.

Nos quedamos en silencio. Un silencio cargado, espeso, como el aire antes de una tormenta.

Pov: William

La vi desde el segundo piso, a través del ventanal que da al jardín interior. Ella sentada junto al estanque. Y Henry, una sombra blanca que se movía hasta ocupar el lugar a su lado.

Fruncí los labios. No era sorpresa, pero dolía igual.

Cristina había entrado como una anomalía en el sistema. Una chica sin modales de corte, sin educación noble, con una honestidad tan incómoda que nadie sabía cómo lidiar con ella. Yo tampoco.

Al principio fue divertido. Ahora era otra cosa.

La forma en que lo miraba a él no era la misma que usaba conmigo. Conmigo, Cristina debatía, jugaba, se defendía. Con Henry… parecía desarmarse.

No me gustaba.

No me gustaba perder.

Y menos contra alguien que solía ganarlo todo sin mover un dedo.

—¿Qué tanto observás, mi lord? —dijo una voz femenina a mi lado.

Giré. Una de las damas del Consejo. No recordaba su nombre. No me importaba.

—Nada que te interese —respondí, sin mirarla.

—A estas horas, todo lo que uno mira tiene un precio —murmuró, y se alejó con un movimiento casi felino.

Volví a mirar hacia el jardín. Ya no estaban.

Cristina era una favorita. Pero yo iba a asegurarme de que no se convirtiera en una debilidad.

Ni para él.

Ni para mí.