Venganza

Capítulo 15: Entre dos fuegos

Pov: Cristina

La noche estaba particularmente silenciosa, como si el castillo entero contuviera la respiración. No había viento, no había pasos, ni siquiera el murmullo habitual de los guardias haciendo rondas.

Caminé descalza por los pasillos del ala noble, con una bata ligera de seda apenas anudada al centro. Bajo ella, no llevaba nada. Mis piernas se deslizaban una contra la otra con cada paso, y mi pecho subía y bajaba con una mezcla medida de ansiedad fingida y nervios reales.

Mi respiración temblaba. Había ensayado todo: los ojos vidriosos, las manos frías, las lágrimas contenidas que humedecían mis pestañas. Una pesadilla, esa era la excusa. Una pesadilla que me había hecho correr en busca de la única persona que, en teoría, podía protegerme: el príncipe Henry.

Cuando los guardias apostados frente a su habitación me vieron acercarme, sus miradas bajaron de inmediato.

—Señorita… —dijo uno, con la voz trabada.

—Tuve una pesadilla… —susurré, temblando apenas, dejando que la bata se deslizara un poco más sobre uno de mis hombros—. Necesito verlo… por favor.

El guardia tragó saliva. El otro bajó la vista sin decir una palabra. Me dejaron pasar.

Empujé la puerta con suavidad, y al entrar, la calidez de la habitación me envolvió como un abrazo. La luz tenue de las velas dejaba sombras danzando sobre las paredes. Henry estaba sentado junto a la chimenea, leyendo. Al verme, su rostro se endureció con sorpresa.

—Cristina… ¿Qué hacés acá a esta hora?

—No podía dormir —dije, acercándome con pasos suaves, como si fuera a romperme—. Tuve una pesadilla.

Él se incorporó de inmediato y caminó hacia mí. Su mirada descendió por mi cuerpo antes de detenerse en mi rostro. No dijo nada. Solo me tomó de la mano y me llevó a la cama, sin hacer preguntas.

—Acostate. Voy a quedarme acá.

Me acomodé entre las sábanas como si fuera algo natural. Henry se sentó al borde, y yo, lentamente, me aferré a su brazo.

—¿Te puedo abrazar? —pregunté con voz quebrada.

Henry dudó un momento, pero luego se recostó a mi lado. Me rodeó con un brazo y sentí cómo su respiración cambiaba. Mi cuerpo estaba contra el suyo, cálido, vulnerable… disponible.

No tardó en inclinarse hacia mí. Su mano acarició mi cintura, mi cadera, deteniéndose justo en el nudo flojo de la bata. La tensión creció. Mi respiración se volvió más errática. Cerré los ojos.

Justo cuando sus labios rozaban los míos, la puerta se abrió de golpe.

—¿Qué hacés, Henry? —La voz de William llenó la habitación como una descarga eléctrica.

Henry se giró bruscamente, y yo me cubrí instintivamente con la manta. William estaba en la puerta, con los ojos encendidos por una furia contenida.

—Ella vino a mí —dijo Henry, levantándose—. Está asustada.

—¿Así le llamás ahora?

—No es asunto tuyo.

—Claro que lo es. No pienso quedarme mirando cómo jugás con ella.

—¿Y vos qué pensás hacer? ¿Meterte entre nosotros?

—Si tengo que hacerlo, sí.

Yo observaba en silencio. Sus voces subían de tono, y aunque discutían, los dos me miraban. Me miraban como si yo fuera el campo de batalla donde luchaban por algo más profundo que una mujer. Orgullo, culpa, redención… poder.

William se acercó. Su mirada recorrió mi figura bajo las sábanas.

—¿Estás bien, Cristina? —preguntó, con una voz más suave.

Asentí. Pero no dije nada.

Henry volvió a sentarse en el borde de la cama. Su mano buscó la mía. William no se movió. La tensión era insoportable.

—No la toqués —gruñó William.

—Ella está en mi cama —replicó Henry.

—No significa que sea tuya.

—¿Y vas a arrebatármela? ¿Otra vez?

El silencio que siguió fue brutal. Doloroso. Cargado de una historia que aún no conocía, pero que los marcaba con cicatrices invisibles.

Y luego, pasó.

William se acercó aún más, se sentó al otro lado de la cama. Me miró a los ojos. Y yo… no me aparté. No podía.

Henry deslizó su mano por mi pierna desnuda bajo la manta. William me acarició el rostro, rozando con sus dedos el lóbulo de mi oreja. Mis labios se entreabrieron.

Los dos se acercaron, al mismo tiempo. Sus labios rozaron mis mejillas, mi cuello. Sus manos buscaron mi cintura, mi espalda.

Y yo… me dejé llevar.

No dije que no. No me aparté. El deseo, el poder, el miedo… todo se mezcló en una sensación abrumadora. Perdí el juicio, me hundí en el calor de sus cuerpos, en la tensión de su rivalidad, en el placer de ser deseada por ambos.

Esa noche, se rompió algo. O se creó algo nuevo. Algo que no podía deshacerse.

Porque a partir de ahora… ya no podría pertenecerle solo a uno.

Y ellos lo sabían.



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En el texto hay: romance, vengannza

Editado: 17.06.2025

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