capítulo 17 :

Pov: Cristina

Desde la noche en que todo se desbordó, nada volvió a ser igual.

Durante el día, el castillo seguía funcionando con su absurda normalidad: sirvientas corriendo con jarras humeantes, soldados entrenando en los patios, consejeros murmurando cifras y nombres prohibidos.

Pero cuando yo aparecía, las miradas se encendían. Algunas con respeto. Otras con odio disimulado. Y unas pocas, con esa mezcla de deseo y desprecio que solo nace del chisme.

—La favorita del Príncipe Henry —me llamaban ahora. Pero también decían otras cosas. Cosas que no sabía si eran rumores o profecías.

Lo peor es que no sabía qué había entre ellos. Henry y William.

Desde aquella noche, parecía que intentaban evitar estar en la misma habitación... excepto cuando yo estaba.

Y ese almuerzo con el Consejo Real no fue la excepción.

La mesa era larga, adornada con frutas cortadas, panes dorados y jarras de vino especiado. El rey no estaba presente, pero sus espías sí. Y yo... sentada en medio de sus dos hijos.

—Estás hermosa hoy —dijo Henry, alzando su copa.

—Está siempre hermosa, hermano —dijo William, con una sonrisa ladeada.

Las copas chocaron con un tintineo suave, pero sus miradas chocaron con filo.

Yo sonreí para mantener la paz, pero debajo de la mesa, ambos me rozaban: uno en la rodilla, el otro en el tobillo. Mi respiración comenzó a fallar.

—Espero que tu estancia en el ala real siga siendo de tu agrado, Cristina —dijo uno de los ancianos del consejo.

—Mucho más que eso —murmuró William, y Henry se atragantó con el vino.

Pov: Henry

No sabía si quería romperle la copa en la cara o levantarla en señal de guerra.

Desde aquella noche, William había empezado un juego peligroso. Ya no se ocultaba. Ya no se retiraba. Ahora se aparecía cada vez que yo intentaba acercarme a Cristina. Como si no pudiera soportar no estar donde yo estaba... o peor, donde ella estaba.

Y ella... ella no se apartaba.

Tras el almuerzo, la seguí hasta los jardines. Tenía algo que decirle. Necesitaba aclarar dónde estábamos parados. Pero cuando apenas había tomado su mano...

—Ahí están —interrumpió William, apareciendo de entre los árboles, sin vergüenza.

Cristina me soltó rápido, como si no quisiera que el otro malinterpretara nada. O todo.

—Sólo hablábamos —dijo ella.

—No me molesta —dijo William, acercándose demasiado. A ella. A mí. A la historia que se estaba escribiendo.

—William...

—Sólo vine a acompañarlos. No quería que Cristina se aburriera —y tomó su brazo.

Yo ya la había tomado del otro.

La escena era absurda. Ridícula. Y completamente real.

Pov: Cristina

Los dos me sostenían. Con firmeza. Con derecho. Como si fueran los únicos con permiso de tocarme.

Yo debería haberme apartado. Haberlos calmado.

Pero no lo hice.

Porque algo en esa tensión me hacía sentir poderosa. Deseada. Peligrosa.

Y por primera vez desde que entré al castillo, sentí que yo también podía jugar.

—Tal vez deberíamos volver al ala real —dije, sin mirar a ninguno.

Ambos asintieron. Ninguno soltó mi brazo.

Esa noche, como si fuera un código silencioso, uno vino a buscarme primero.

Henry me llevó a la biblioteca, cerró las puertas, y me habló al oído. Sus palabras eran dulces. Sus manos no tanto. Pero antes de que pudiera besarme...

—Cristina —interrumpió William, desde la puerta entreabierta.

Henry apretó la mandíbula. Yo soló sonreí.

Horas después, fue William quien me llevó al invernadero. Me habló de las estrellas, de flores raras que solo florecían una noche al año. Me tomó la mano. Me inclinó hacia él. Pero antes de besarme...

—Está muy tarde para jardinería, ¿no? —intervino Henry, con tono afilado.

Y así, una y otra vez.

Yo no sabía cuál de los dos me iba a romper primero. O si ellos iban a romperse entre sí.

Pero de algo estaba segura.

Cada noche que pasaba, la historia dejaba de ser un plan de venganza...

...y se convertía en un juego donde yo era el premio.

Y tal vez, también, la amenaza.