Venganza

Capítulo 19: Guerra bajo las sábanas

Pov: Cristina

Volví a mi habitación en silencio, con la carta aún oculta entre mis dedos. El pasadizo oculto me había revelado más de lo que esperaba: un beso robado por William, una carta que parecía latir entre mis manos, y un deseo que me carcomía por dentro. Cerré la puerta despacio, con la respiración agitada, y me senté en el borde de la cama.

Sin perder tiempo, busqué un escondite seguro. Bajo una de las losas sueltas del suelo, donde antes había ocultado una daga oxidada, deslicé la carta envuelta en una tela. Nadie la encontraría allí. No bajo la cama, no entre las almohadas. Necesitaba estar segura de que nadie podría leerla antes que yo.

Apenas terminé de asegurar el escondite, escuché el golpe suave de la puerta.

Era Henry. Su expresión era una mezcla de preocupación y algo más profundo, más oscuro.

—No quería que durmieras sola —dijo simplemente, cerrando la puerta detrás de él.

Y luego, sin aviso, William apareció. Estaba desordenado, su cabello aún húmedo por el sudor de algún entrenamiento o pelea, pero su mirada era tan intensa como la de su hermano.

—¿También tú? —preguntó Henry con tono ácido.

—¿Y si sí? —replicó William—. No te dejaré todo el terreno libre, hermano.

La tensión entre ellos creció, densa como la niebla antes de una tormenta. Yo no supe qué decir. No supe si tenía que detenerlos o alentarlos. Pero mis pies me llevaron hacia la cama sin pensarlo. Me recosté entre los dos. No podía leer la carta ahora. No cuando sus miradas quemaban como fuego en mi piel.

Los vi discutir con la mirada, sin palabras. Y entonces se acostaron a ambos lados, como si la guerra no fuera entre ellos… sino dentro de mí.

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No pude dormir. Mi cuerpo temblaba, no de miedo, sino de una tensión contenida que no sabía cómo liberar. A medianoche, sentí a Henry moverse. Pensé que se iría, pero solo se incorporó para mirarme.

—No estás durmiendo —susurró.

Negué con la cabeza, sin atreverme a hablar.

Entonces, sentí la mano de William en mi cintura, cálida, posesiva.

—Yo tampoco duermo —murmuró detrás de mí—. ¿Tú, hermano?

Henry no respondió. En cambio, sus dedos se deslizaron por mi mejilla, suaves como una promesa.

—¿Sabes qué sucede cuando dos reyes desean la misma corona? —dijo Henry en voz baja.

—Que terminan compartiéndola —respondió William, con una sonrisa oscura.

Y fue entonces cuando comenzó.

Henry me besó primero. Despacio, con reverencia, como si temiera romperme. William no esperó su turno. Bajó por mi cuello con besos húmedos, mientras sus manos abrían la bata con la delicadeza de un ladrón experto.

Me arqueé involuntariamente cuando sus labios tocaron mi pecho. Mis manos buscaron el cabello de ambos. No supe quién era quién en medio del fuego que se extendía en mi piel.

Sus bocas se turnaban. Una en mi cuello, otra en mi vientre. Una en mis pechos, otra bajando lentamente. Cuando Henry se deslizó entre mis piernas, mi aliento se detuvo. Y cuando William se unió, lamiendo con devoción una parte distinta de mí, creí que me partiría en mil pedazos.

Me lamían como si me adoraran. Como si yo fuera un altar para su guerra.

Mi cuerpo se tensó, gemí sin poder evitarlo. William mordió con suavidad, Henry jadeó contra mi piel. Me movían, me tocaban, me hacían perder todo rastro de cordura.

—Queremos que lo sientas todo —susurró Henry, antes de hundirse más.

—Y que no olvides quién te lo dio —agregó William.

Y no lo olvidé. Ni un segundo.

Mi cuerpo explotó bajo sus lenguas. Los gemidos escaparon sin censura, mis piernas temblaron, mi espalda se arqueó con violencia. Me sentí adorada, devorada, amada y usada al mismo tiempo.

Y cuando por fin me dejaron respirar, mis labios aún temblaban.

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Desperté con el primer rayo de sol colándose por los pliegues de las cortinas. Estaba entre ambos, envuelta en el calor de dos cuerpos que no deberían compartir la misma cama. Uno de ellos tenía una mano sobre mi cintura. El otro, una pierna enredada con la mía. Como si la noche no hubiese sido suficiente para marcar territorio.

Me moví con cuidado, apenas deslizándome entre sus cuerpos. No quería despertarlos. Necesitaba pensar. Procesar.

La carta seguía donde la había dejado: bajo la losa suelta, protegida del mundo. Cerré los ojos un momento, recordando cada palabra, cada caricia de la noche anterior. Mi cuerpo aún vibraba por lo vivido. Pero dentro de mi pecho… la venganza seguía latiendo.

No podía olvidar para qué había venido. Y mucho menos ahora que estaba más cerca del fuego.



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En el texto hay: romance, vengannza

Editado: 01.07.2025

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