Venganza

23

Capítulo 23 – Secretos entre jadeos y promesas rotas

Pov: Cristina

Desperté entre sus cuerpos. Calor, piel y respiraciones profundas me rodeaban como un abrigo invisible. Las sábanas estaban hechas un caos y mi cuerpo aún dolía deliciosamente por lo vivido. William me abrazaba por la espalda, su brazo enroscado con firmeza en mi cintura, mientras Henry dormía frente a mí, una de sus piernas atrapando las mías, como si incluso en sueños no pensara soltarme.

Por primera vez, me sentía protegida. No como una presa bajo la vigilancia de un depredador, sino como algo valioso… compartido. Y, al mismo tiempo, más cerca que nunca de lo que había venido a buscar.

Deslicé mis dedos por la espalda de William, suave, lenta, como quien busca asegurarse de que el momento es real. Sus ojos se abrieron apenas, brillando con algo que no supe si era ternura, deseo o una mezcla peligrosa de ambas.

—No dormís mucho, ¿eh? —murmuró con voz ronca.

—No puedo —susurré—. Tengo demasiado en la cabeza.

Henry ya estaba despierto. No lo vi moverse, pero lo supe por cómo su mano acarició mi mejilla y su mirada me atravesó con gravedad.

—Lo que dijiste anoche… sobre el Rey —comenzó—. No lo tomamos a la ligera.

Me incorporé en la cama, aún desnuda, con las sábanas cubriéndome el pecho. No me defendí. No mentí. Era momento de que habláramos sin máscaras.

—Mi padre murió por su culpa —solté—. Lo supe desde el primer día. Entré al castillo con un objetivo: descubrir la verdad y matarlo.

William y Henry intercambiaron una mirada. Algo rota. Algo que dolía.

—Él nos usó —dijo William con amargura—. Manipuló a toda la corte para asesinar a nuestro tío, el verdadero rey, y nos convirtió en traidores ante los ojos de todos.

—Yo cargué con el título de "el príncipe frío, el despiadado" —agregó Henry—. Mientras William fue relegado, casi desterrado del ala principal.

—Nos separó —murmuró William—. Alimentó nuestras diferencias, hizo que creyéramos que el otro era el enemigo…

—Cuando todo el tiempo, el único enemigo era él —completé yo.

El silencio se hizo espeso. Me cubrí con una bata, pero no me alejé. Me senté entre ellos, como si nuestras pieles compartieran un secreto que las palabras apenas comenzaban a descifrar.

—¿Qué harás ahora? —preguntó Henry, en voz baja.

—Seguir con el plan —respondí, firme—. Ganarme su confianza. Acercarme. Y cuando esté lo suficientemente cerca…

William acarició mi espalda, como si supiera el peso de lo que estaba por decir.

—Entonces no lo harás sola —dijo—. Si él muere, morirá por traidor. Por todo lo que nos hizo. Pero no dejaré que te manche con su sangre.

—Ni yo —agregó Henry—. Haremos esto juntos.

Los miré. A los dos. Ya no eran mis enemigos, ni mis herramientas. Eran mis aliados. Parte de mí. Parte de esta lucha.

—No se enamoren de mí —murmuré, sabiendo que ya era tarde.

—Demasiado tarde para eso —sonrió William, acercándose para besarme la clavícula.

—Mucho —admitió Henry, atrapando mi mentón para besarme en los labios, con un hambre contenida que me dejó sin aire.

Nuestros cuerpos volvieron a unirse, no por deseo urgente, sino por necesidad emocional. Como si los tres necesitáramos ese instante de piel y placer para soportar lo que venía. William fue el primero en deslizarse entre mis piernas con caricias lentas, mientras Henry mordía con suavidad mi cuello, sus dedos jugando con mis pezones aún sensibles.

Esta vez no hubo guerra. Hubo ternura, complicidad y promesas que no necesitaban ser dichas en voz alta.

Y mientras nos abrazábamos bajo el calor de las primeras luces del día, supe que la guerra no había terminado.

Apenas comenzaba.

Pero ahora… no estaba sola.



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En el texto hay: romance, vengannza

Editado: 01.07.2025

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