Venganza

24

Capítulo 24 – Desayuno amargo y un nuevo enemigo

Pov: Cristina

Me desperté con el aroma suave del pan caliente y algo dulce, como miel tibia y canela. Abrí los ojos lentamente, aún envuelta entre las sábanas desordenadas, y descubrí la habitación bañada por la luz del sol matinal. La escena parecía sacada de un sueño: William y Henry estaban frente a una bandeja cuidadosamente dispuesta sobre la mesa, discutiendo por qué fruta quedaba mejor con el té.

—Le gustan las frambuesas, no los duraznos —dijo William, molesto.

—Desde cuándo sabés eso —bufó Henry.

—Desde que la escuché rechazar una tarta, idiota.

Reí sin querer, llamando su atención. Ambos se giraron al instante, como si despertarme fuera la mejor noticia del día.

—Buen día, princesa —dijeron al unísono.

Me ayudaron a sentarme entre almohadas y trajeron el desayuno a la cama. Mimos, besos suaves en mis hombros desnudos, caricias furtivas en mis muslos… La ternura matinal no ocultaba el deseo que aún palpitaba bajo sus miradas. Pero justo cuando iba a probar el primer bocado, un golpe seco sonó en la puerta.

—La señorita Cristina debe presentarse ante Su Majestad —dijo un guardia desde el otro lado, sin esperar respuesta.

La bandeja tembló entre mis manos. Henry apretó los puños. William maldijo entre dientes.

Me vestí en silencio, sintiendo las miradas de ambos en mi nuca, como si quisieran impedir que cruzara esa puerta. Pero no podía evitarlo. Tenía que ir.

El salón del trono olía a incienso y poder. El rey estaba sentado en su trono, su sonrisa era una serpiente enroscada, paciente y venenosa.

—Veo que no acudiste anoche —dijo, con una falsa amabilidad—. Supongo que mis hijos te mantuvieron… entretenida.

No respondí.

—Es una lástima —continuó, sin perder la sonrisa—. Porque ahora que ellos parecen incapaces de cumplir con sus obligaciones, tú tendrás una nueva responsabilidad.

Henry y William aparecieron por las puertas laterales justo a tiempo para escucharlo.

—Te casarás con mi tercer hijo. El comandante del ejército del norte. El príncipe Kael regresa mañana, y será tu prometido.

El silencio cayó como un cuchillo.

—¡No puedes hacer eso! —gritó Henry.

—¿Kael? ¿Estás loco? —espetó William, y palideció como si acabaran de condenarme a muerte.

—Él no es alguien con quien puedas jugar —susurró Henry, tomándome del brazo—. Es salvaje. Un carnicero en el campo de batalla. Si la tocas, la va a destruir.

—Por eso precisamente —dijo el Rey, sin inmutarse—. Es hora de que aprenda obediencia. Y ustedes, dejen de comportarse como perros hambrientos.

—¿Por qué no con uno de nosotros? —gruñó William.

—Porque ustedes ya no me sirven —respondió el Rey, tajante—. Pero ella… ella aún puede tener utilidad.

Mi corazón latía con fuerza. No conocía a Kael, pero si generaba esa reacción en sus hermanos, no podía ser cualquier hombre.

—La boda será anunciada en la cena oficial. Preparaos.

Y con eso, nos echó del salón.

Una vez fuera, Henry me sostuvo contra su pecho. William caminaba de un lado al otro, como una fiera enjaulada.

—No voy a permitir esto —dijo William, furioso.

—No dejaremos que se acerque a vos —prometió Henry—. Juramos protegerte. Los tres, lo recuerdas.

—¿Él… realmente es tan terrible? —pregunté, sabiendo que la respuesta sería sí.

William me miró. Sus ojos tenían miedo.

—Kael no ama. No desea. Toma. Como si todo el mundo le perteneciera.

—Pero se va a enamorar de mí —dije, casi en un susurro, como si ya pudiera verlo—. Lo voy a seducir. Lo voy a destruir desde adentro.

Los hermanos me miraron como si ya no supieran si temerle más a su hermano… o a mí.

Y esa noche, comencé a prepararme para conocer al tercer príncipe.

El último jugador del tablero.



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En el texto hay: romance, vengannza

Editado: 01.07.2025

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