Venganza en directo

CAPÍTULO 5.1. ENCUENTRO TENSO

La panadería "Chez Clara" se encontraba en una tranquila calle en las afueras de la ciudad, donde el tiempo parecía fluir más despacio. El letrero estaba descolorido, la pintura había perdido su brillo, pero eso solo añadía una especie de calidez suave y acogedora. El aroma que emanaba de la puerta podía resucitar a los muertos: vainilla, canela, mantequilla tibia y algo indefinible que olía a hogar.

Mía estacionó su compacto y colorido hatchback frente a la entrada y apagó el motor. Se giró hacia Lara, que estaba en el asiento del pasajero.

—¿Estás lista?

Lara miraba la panadería como si fuera una guillotina.

—No.

—Perfecto. Vamos. —Mía salió del coche primero.

Lara se quedó sentada, con las manos apretadas sobre las rodillas. Se había vestido de la manera más neutral posible: vaqueros oscuros, un suéter gris, el cabello recogido en una coleta sencilla. Sin maquillaje, salvo un poco de corrector bajo los ojos (porque de lo contrario parecía un zombi tras dos días sin dormir). Llevaba gafas de sol, a pesar de que el cielo estaba nublado.

Mía abrió la puerta del coche.

—Lar, cuanto más te quedes sentada, peor será.

—Tal vez no venga —susurró Lara—. Tal vez cambió de opinión. Tal vez...

—Su coche ya está aquí. —Mía señaló un crossover negro estacionado al otro lado de la calle—. Así que tus "tal vez" se acabaron. Vamos.

Lara salió lentamente. Las piernas le temblaban. No había visto a Jan desde esa noche. Desde el charco. Desde la humillación.

¿Qué le diría? ¿"Perdón por invadir tu restaurante"? ¿"Perdón por arruinar tu reputación con mis fans desquiciados"? ¿"Perdón por existir"?

—Respira —Mía le tomó la mano—. Eres más fuerte de lo que crees.

—No me siento fuerte.

—Nadie lo siente. Por eso se llama valentía. —Mía la empujó hacia la puerta—. Vamos.

La campanilla sobre la puerta tintineó cuando entraron, un sonido anticuado y agradable. Dentro, la panadería era como debían verse las panaderías de las abuelas en las películas: mesas de madera con manteles elegantes, estanterías con jarrones de cerámica, un aroma que te envolvía, te atrapaba y te hacía olvidar los problemas y las tareas.

Detrás del mostrador estaba una mujer bajita con un delantal floreado, el cabello gris recogido en un moño impecable, y unas gafas colgando de una cadena que reflejaban suaves destellos dorados. Sacaba del horno una bandeja con strudel de manzana, sonriendo a las recién llegadas.

—¡Buenos días! —dijo con un leve acento—. Tú eres Mía, ¿verdad?

—Sí, señora Morelli. Gracias por aceptar...

—Clara, bambina. Solo Clara. —Se limpió las manos en el delantal y salió de detrás del mostrador. Era aún más baja de lo que parecía, apenas le llegaba al hombro a Lara. Pero sus ojos azules eran penetrantes, como si pudieran ver a través de cualquiera—. Y tú debes ser Lara.

Lara se quitó las gafas de sol, incómoda.

—Sí. Yo... gracias por permitirnos...

—Tesoro —Clara le tomó la mano; su palma era cálida, suave y olía a harina—. En esta panadería he visto de todo. Peleas, reconciliaciones, rupturas, compromisos. Estas paredes no juzgan. Solo alimentan.

Algo en su voz hizo que la garganta de Lara se apretara.

—Siéntense —Clara señaló una mesa junto a la ventana—. Los chicos aún no han llegado, pero estarán aquí pronto. Les traeré té. Y strudel. Nadie puede pelearse con la boca llena de mi strudel. —Guiñó un ojo.

Mía y Lara se sentaron. Mía abrió su portátil, del que probablemente no se separaba ni en la cama ni en el baño, y comenzó a revisar algo. Lara simplemente miraba por la ventana, observando cómo la vida pasaba: peatones, coches, alguien paseando a su perro.

Una vida normal. La vida de personas que no se habían convertido en memes virales.

—Ya están aquí —dijo Mía de repente.




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