Jan dudó.
—No... no la odio. Condeno sus métodos. Su falsedad.
—Pero no a ella como persona —concluyó Félix—. ¿Ves? Eso ya es un comienzo.
—Esto es una locura.
—Esto es relaciones públicas. —Félix sonrió—. Y las relaciones públicas son como la cocina. Los ingredientes pueden ser extraños, pero si los mezclas bien...
—¿Sale algo comestible?
—Sale algo delicioso.
El teléfono de Félix vibró. Lo leyó con atención y luego resumió:
—Qué raro.
—¿Qué?
—Un correo. De... no sé quién. Sin nombre.
—Seguro que es spam.
—No, mira. —Félix giró el teléfono.
En la pantalla, un correo con el asunto: "Solución para sus clientes".
Jan se acercó a leer.
"Estimado señor Félix,
Entiendo que están pasando por un momento difícil. Me gustaría proponer una solución que podría ayudar tanto a su jefe como a la señorita Lara.
Adjunto un plan detallado. Revísenlo cuando tengan tiempo.
Atentamente,
Parte interesada"
—¿Quién es este? —murmuró Félix, abriendo el archivo adjunto.
Era un PDF. Profesionalmente diseñado. Con el título:
"Crisis como oportunidad: Plan de recuperación de reputación de 30 días"
Félix comenzó a leer, sus ojos se abrían más con cada segundo.
—Dios mío.
—¿Qué hay ahí?
—Es... es un plan detallado. Cómo tú y Lara pueden trabajar juntos. Públicamente. Muy públicamente. —Félix desplazaba la pantalla—. Cronogramas de publicaciones. Estrategias para redes sociales. Cifras proyectadas de engagement. Esto es... profesional. Muy profesional.
Jan tomó el teléfono y comenzó a leer.
El documento era impresionante. Treinta páginas de pasos concretos, líneas de tiempo, incluso puntos argumentales sugeridos para una "historia de reconciliación".
Félix y Jan se miraron.
—Esto es... extraño —dijo Jan.
—Muy extraño —coincidió Félix.
—¿Alguien estuvo escuchando nuestras conversaciones?
—O puede leer mentes. O...
Ambos se quedaron en silencio.
***
En el otro extremo de la ciudad, en una acogedora panadería que olía a masa de vainilla y canela, Clara Morelli —la abuela de Jan, de 78 años— sonreía a su smartphone.
Estaba vestida con su característico delantal floreado, su trenza gris recogida en un moño impecable, y sus gafas colgando de una cadena brillaban bajo la luz de la mañana.
En la pantalla frente a ella, dos correos abiertos. Uno enviado a "Mía, la manager". El otro a "Félix, el sous-chef".
Ambos con los mismos planes.
Ambos firmados como "Amigo".
—Jóvenes —murmuró, amasando la masa para un strudel—. Tan inteligentes, pero tan ciegos.
Miró una fotografía en la pared, vieja y descolorida. Un joven Jan y una chica aún más joven en una cafetería estudiantil, riendo, con tazas de café frente a ellos.
La chica tenía el cabello castaño largo y una sonrisa sincera.
Lara. Hace cinco años, antes de la fama, antes de los filtros, antes de todo.
—Él no la recuerda —susurró Clara, tocando la foto—. Y ella probablemente también lo olvidó. Pero el corazón recuerda. Siempre recuerda.
A veces, pensaba mientras mezclaba harina y mantequilla, el mejor amor necesita un pequeño empujón. Un pequeño impulso.
Un poco de astucia de abuela.
¿Y qué podía hacer ella? Solo era una anciana que horneaba pasteles. ¿Quién la sospecharía?
Rió suavemente, y el sonido se mezcló con el zumbido de la batidora y el aroma de los pasteles recién horneados.
Afuera, en la gran ciudad, dos jóvenes —antiguos enemigos, futuros aliados, tal vez algo más— recibían correos idénticos de "Amigo".
Y no sospechaban que el manipulador más astuto de esta historia era una anciana con un delantal floreado, que recordaba cuando el amor era simple.
Y que había decidido que su nieto y esa chica del charco merecían una segunda oportunidad.
Incluso si ellos mismos aún no lo sabían.