Mía se acercó a ella de un salto, agarrándola del brazo.
—¡Por fin! Bien, escucha rápido. —Hablaba en un susurro, aunque Jan estaba demasiado lejos para oírla—. Empezamos simple. Te acercas, te sientas, hablan. Yo grabaré desde ese rincón. —Señaló un lugar cerca de la barra—. Parecerá discreto.
—Mía, ¡espera! —Lara entró en pánico—. ¿Y de qué vamos a hablar?
—¡De lo que sea! El clima, la comida, hobbies... —Mía hizo un gesto con la mano—. Lo importante es que hablen con naturalidad.
—Naturalidad. Con un hombre con el que mi único tema en común es la destrucción mutua de nuestras vidas.
—Lar...
—Está bien, está bien. —Lara respiró hondo—. Puedo hacerlo.
—Claro que puedes. —Mía le arregló el cabello—. Y recuerda: sonríe. No con una sonrisa de Instagram, una de verdad. Como si estuvieras feliz de estar aquí.
—Mentir con una sonrisa. Entendido.
Mía la empujó hacia la mesa.
Jan levantó la vista del teléfono cuando ella se acercaba. Por un segundo, algo cruzó su rostro —¿sorpresa? ¿reconocimiento?— antes de que regresara su máscara neutral.
—Hola —dijo Lara, con la voz un poco más aguda de lo que pretendía.
—Hola. —Él se levantó y señaló la silla frente a él—. Siéntate.
Ella se sentó. Entre ellos, sobre la mesa, estaban su taza de café, el menú y su teléfono boca abajo. Una distancia segura.
Y un silencio incómodo.
—Entonces... —comenzó Lara.
—Sí... —dijo Jan al mismo tiempo.
Ambos se callaron. Luego rieron nerviosamente.
—Esto es raro —admitió Lara.
—Terriblemente raro —coincidió Jan—. Me siento como un actor que olvidó su guion.
—No tenemos guion.
—Eso lo hace aún peor.
Desde el rincón, Mía hizo un gesto de aprobación con los pulgares y señaló su teléfono: estaba grabando.
Lara hizo todo lo posible por relajarse.
—¿El café está bueno?
Jan miró su taza como si hubiera olvidado que existía.
—Sí. El espresso aquí es realmente decente. —Pausa—. ¿Quieres pedir algo?
—Oh. Sí. Tal vez. —Lara tomó el menú, aunque no lo leyó. Solo lo sostenía porque necesitaba ocupar las manos con algo.
—¿Un latte? —sugirió Jan—. Parece que te gustan los lattes.
Ella levantó la vista, sorprendida.
—¿Cómo lo sabes?
Él se sonrojó ligeramente.
—En ese video. En mi restaurante. Había un latte en la mesa. —Añadió rápidamente—: Solo... noto los detalles. Es un hábito de chef.
Algo cálido se encendió en el pecho de Lara. Él se había fijado. En medio del escándalo, de la humillación pública, había notado lo que ella bebía.
—Un latte estará genial —dijo ella con más suavidad.
Jan se levantó y fue a la barra a pedir. Mía se acercó a Lara y susurró:
—¡Esto está bien! ¡Sigue así!
—No estoy haciendo nada...
—¡Por eso funciona! —Mía regresó a su posición cuando Jan volvía.
Él se sentó y le pasó a Lara el recibo con el número del pedido.
—Lo traerán en unos minutos.
—Gracias.
Otra pausa. Pero un poco menos incómoda.
Jan carraspeó.
—Entonces. Reglas.
—¿Reglas?
—Para... esto. —Hizo un gesto vago entre ellos—. Necesitamos establecer límites.
—Oh. Sí. Claro. —Lara se enderezó, tratando de parecer profesional—. ¿Cuáles propones?
Jan sacó su teléfono y abrió las notas.
—Escribí algunos puntos. Si no te importa.
Realmente los había escrito. Lara no sabía si eso era normal o excesivo, pero el hecho de que hubiera pensado en ello...
—Lee —asintió ella.
—Bien. Primero: todas las fotos y publicaciones se acuerdan de antemano. Nadie publica nada sin el consentimiento del otro.
—De acuerdo.
—Segundo: eventos públicos, mínimo dos por semana, máximo cuatro. Más parecerá forzado, menos será insuficiente.
—Lógico.
—Tercero: nada de reuniones privadas que no sean para contenido. No somos amigos, somos colegas en un proyecto.
Eso dolió un poco más de lo que debería. Pero Lara asintió.
—Entendido.
—Cuarto: contacto físico solo para fotos. Y solo lo que ambos hayamos aprobado.
—Sí, por supuesto.
Jan la miró a los ojos.
—Y lo último, lo más importante. —Su voz se volvió más seria—. Nada de sentimientos reales. Esto es negocio. Cuando termine el mes, nos separamos. Limpio. Sin drama.