"La tumba del comediante Arturo, el chiquito, Calzada fue profanada hace una noche. La policía pudo encontrar el resto de sus huesos es una esquina, a una cuadra del cementerio. Un perro los estaba mordiendo. Pero el cráneo sigue sin aparecer. La viuda del cómico, que hizo reír a los peruanos durante los 90, ofrece una... zzzzzz"
La radio perdió la señal. La estática reemplazó las palabras del reportero. Le di un golpe con mi pata. La radio se estrelló contra el suelo, rompiéndose.
Maldije. Nos quedamos sin entretenimiento. Mis ojos se enfocaron en el cráneo. Lo acaricié y le di unas cabezaditas. Me puse a ronronear a su lado.
En realidad, no sabía cómo reaccionar al respecto. Durante casi toda mi vida me llamaron: "Cariño", "ternura", "Angel de pelo suave", pero nunca "retorcida". Supongo que esa era la reacción más adecuada, ¿Verdad?
Dejé de pensar en eso y cambié de tema.
Me moví por el sótano a oscuras, la única luz que nos iluminaba provenía de la luna. Mis bigotes me guiaron por la oscuridad. Pascal soltó el lapicero (que milagrosamente pintaba) y bajó sus patas cansadas. Se alejó de la hoja de papel, que era más grande que él. Es bueno tener a un amigo que sepa escribir. Yo con las justas sé leer.
Eso la hizo volver a sentarse y mover los bigotes en señal de molestia. Todos son críticos.
Con la nota lista salimos del sótano abandonado de la casa abandonada. El jardín estaba conformado por plantas amarillentas y descuidadas, envenenadas por la orina. Culpable. También había basura por doquier. El vivir en esta casa me hizo tomar la frase: "La basura de una persona es el tesoro de otra" como una filosofía de vida.
El jardín de la casa de al lado estaba más cuidado. Lo mismo se puede decir de la casa. Era blanca y elegante. No importa por cuanto tiempo la mire, sigue teniendo ese aire de ser nueva. Todas las ventanas estaban adornadas con pequeñas cortinas rosadas.
Gruñí con odio ante la presencia de la casa. Caminaba con el cráneo en mi cabeza. Parecía un demonio deforme de dos cabezas. Me cansé de parecerlo y solté el cráneo, era demasiado pesado para mi cuello.
Bastó con un pequeño silbido para que los ratones salieran de la casa abandonada, entre todos levantaron el cráneo como si fuera una especie de caballo de Troya en miniatura. Nos dirigimos a la puerta y pusimos el cráneo en el centro de la alfombra, con la nota a su lado. Grave error. Un vendaval se la llevó volando.
Corrí para atraparla. Esta vez pusimos la nota debajo del cráneo.
Y vaya que me costó.