Venganza felina

La venganza

He vivido con mi ama por cinco años, en ese tiempo fui criada con la idea de que la venganza es algo bueno. Que uno debe buscar una retribución por un mal ocurrido hacia uno mismo. Que hay que pagar con la misma moneda.

Hace cinco años yo vivía en una cajita con mis hermanitos y hermanitas. Había tan poco espacio que el moverse sin pisar a alguien era imposible y el concepto del espacio personal era un lujo inimaginable. Con el pasar de los días mis hermanos y hermanas fueron desapareciendo. Brazos velludos y manos con uñas recién pintadas se los fueron llevando hasta que me quedé sola.

Ahora tengo tanto espacio que voy a perder la cabeza por la ansiedad. Recuerdo el rostro redondeado de mi primer amo, sus gafas aumentaban el tamaño de sus ojos haciéndolo lucir como un insecto obeso. Me visitaba dos o tres veces al día para darme un poco de leche. Un día escuché el sonido de un auto en movimiento y ese rostro desapareció para siempre.

Estuve varios días en esa caja sin comida ni agua. Mis costillas se hacían notar. Maullaba dentro de la caja en busca de ayuda. Los maullidos se paseaban por las paredes de la gruesa caja con un tono de voz más grave. Me asustaba. Era como si estuviera rodeada de seres de mí misma especie, pero menos amigables de lo que esperaba.

Comenzó a llover. Maldita sea. Lo que faltaba. No podía, ni quería, escapar de esta caja. Mis garritas apenas le hacían mella. Esta caja era una prisión segura, mejor dicho, una tumba. Mejor esto que explorar el mundo hostil que había afuera. La caja estaba abierta así que no había ningún sitio seco para refugiarme. Me recosté en una esquina y me convertí en una bola de pelos, esperando la muerte.

Una sombra cubrió todo mi cuerpo.

  • —¿Eres tú muerte?- pregunté.
  • —¿Qué haces aquí gatito? — me preguntó la muerte. Levanté la cabeza y vi que la muerte tenía el cabello corto y castaño; y un lunar marrón cerca al labio superior. Vestía un abrigo envidiablemente grueso. Era imposible que pudiera sentir frío con semejante ropa—. ¿No tienes a nadie que te cuide, gatito?

No necesitaba responderle. Con solo ver mi situación era suficiente.

  • —Eso se acabó — me dijo. Sonrió. Era chimuela. Me quedé quieta viendo como acercaba sus manos. Me levantó. Pude sentir el calor que emanaba de sus manos. Era tan agradable.

Me abrazó contra su pecho.

  • —Estas empapada. Cuando lleguemos a casa te daré un poco de leche tibia.

Maullé. Le di las gracias en lenguaje gato.

Crecí y engordé. Lo normal cuando tienes una dieta basada en leche de vaca y atún grasiento. Esos cinco años fueron los más felices de toda mi vida, y los más sencillos. Solo me dedicaba a comer y dormir, sin muchas preocupaciones a la vista. Mi parte favorita del día era cuando mi ama regresaba del trabajo. Yo la recibía con la cola levantada y rascando el cojín que me servía de cama. Ella me acariciaba en forma de saludo. Se daba una ducha, se ponía su pijama y se sentaba en el sillón poniéndome en su regazo.

La televisión solo servía de ruido de fondo. No había nada interesante que ver ahí. Mi ama solo se limitaba a hablar sobre cómo le fue su día. No ocurría siempre, pero había días donde ella hablaba sobre su tema favorito: La venganza. Mi ama trabajaba en una oficina. No estaba segura de su verdadero cargo, tampoco me interesaba siéndoles sincera.

Mi ama era de la filosofía del "ojo por ojo". Si alguien le hacía algo ella se lo pagaba con la misma moneda. Precisamente esta misma mañana un compañero de trabajo de manos resbalosas le dio un inocente (desde su perspectiva) pellizco en el trasero (el uniforme de mi ama era gris y su falda era tan ajustada que resaltaba todas sus curvas). Ella agarró sus testículos y dijo:

  • —Tú tienes una mano en mi culo; y yo, en tus huevos. Veamos a quien le duele más.

Cerró el puño.

Si alguien la manchaba de café su uniforme ella iba a comprar los granos de café más negros que podía y los preparaba desde casa hasta llenar un termo completo. Cuando lo derramaba en el pecho de su víctima se aseguraba de hacerlo parecer un accidente.

Casi todos los días en la oficina tenían uno que otro conflicto.

No todos los días eran conflictivos, a veces solo tenía un día normal en la oficina. En esos días me contaba una anécdota de su infancia. Un abusivo llamado Rubén le hizo la de Carrie, en lugar de vaciar su cabeza con sangre lo hizo con barro aguado cuando tenía 10 años. Mi ama no hizo nada al respecto, aún. Ella tenía un hermanito de apenas dos meses, se comprometió a cambiarle los pañales todos los días sin chistar durante dos meses hasta la llegada de las vacaciones. Ella sabía que el Rubén siembre iba a visitar a sus tíos en vacaciones.




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