Venganza Inesperada

Capítulo 1 - El Eco De La Perfección

El Eco de la Perfección

Valeria.

El sonido del champán al llenar las copas de cristal fino era la banda sonora de mi vida. Un tintineo constante de elegancia y falsas sonrisas. Desde el rellano de la escalera principal, observaba el espectáculo de abajo: mi madre, Eleanor Sterling, rodeada de admiradores, riendo con esa carcajada que practicaba frente al espejo. Mi padre, Robert, con su mano firme apoyada en el respaldo de su butaca, como un rey desde su trono.

—Valeria, ¿vas a quedarte ahí plantada todo el día? —La voz de mi hermana mayor, Isabella, cortó el aire como un cuchillo. Bajé la mirada hacia ella. Estaba impresionante, como siempre. Un vestido rojo que se aferraba a sus curvas en el lugar exacto, el cabello oscuro cayendo en ondas perfectas—. Mamá quiere que hablemos con los periodistas. Los de La Crónica están aquí.

—Iba en camino —mentí, ajustando el sencillo vestido negro que me hacía sentir invisible entre tanto brillo.

—Siempre es lo mismo contigo —suspiró, acercándose—. Esta es la noche más importante para ella. Para todos nosotros. Podrías al menos fingir interés.

Para ti, pensé. Para ti, que eres la heredera natural de todo esto. Para ti, que llevas el vestido rojo de la protagonista. Yo solo era la hija mediana, la que prefería los libros a las fiestas, la que nadie buscaba para las fotos.

Antes de que pudiera responder, una risa fresca y burbujeante nos interrumpió.

—¡Pero qué dramáticas están! —Lilith, mi hermana menor, apareció como un torbellino de lentejuelas y energía—. Isa, deja de sermonearla. Y tú, Val, baja de una vez. Darian no deja de preguntar por ti.

Su nombre cayó como una piedra en el estanque de mi estómago. Darian Locke. Heredero de la fortuna Locke. Frío, distante y tan absurdamente guapo que resultaba irritante. Desde que éramos adolescentes, me había perseguido con una persistencia que rayaba en la obsesión. Y lo peor era que, a pesar de que siempre le decía que no, algo dentro de mí se estremecía cada vez que sus ojos grises se posaban en mí.

—Darian es un oportunista —refunfuñé—. Solo está aquí por los contactos.

—Sí, claro —Lilith enarcó una ceja con sarcasmo—. Y sus ojos no te devoran cada vez que entras en una habitación. Bajen ya, que esto es aburridísimo sin ustedes.

Isabella no esperó. Bajó la escalera como una reina descendiendo al patio de sus súbditos, saludando con la mano, con esa sonrisa que iluminaba la estancia. Yo la seguí, sintiéndome como su sombra.

La mansión era un hervidero de gente importante. El aroma a perfume caro y ambición llenaba el aire. Y entonces, lo vi. Darian. Apoyado contra el marco de la puerta del salón principal, con un traje negro impecable que parecía fundirse con la oscuridad de la noche tras los ventanales. No sonreía. Solo observaba. Y su mirada, intensa y gélida, estaba clavada directamente en mí.

Esbrité su mirada y me abrí paso hacia el jardín interior, buscando un respiro. No lo encontré. Él ya estaba allí, esperándome junto a la fuente, con una copa de vino tinto en la mano que parecía sangre a la luz de la luna.

—Huyendo de tu propia fiesta, Valeria —dijo. Su voz era suave, pero tenía un filo que me erizaba la piel.

—No es mi fiesta. Es de mi madre.

—Y sin embargo, eres una de las estrellas principales. Aunque te empeñes en negarlo.

Me acerqué, sintiendo la necesidad de poner fin a aquel juego.

—¿Qué quieres, Darian? ¿Otra vez intentando añadir a la "rara" de la familia Sterling a tu colección?

Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en sus labios.

—Siempre asumes que mis intenciones son tan simples. Quizás solo quiero asegurarme de que estás bien.

—Estoy perfectamente.

—No lo pareces. Pareces... tensa. Como si esperaras que algo fuera a salir mal.

Sus palabras me atravesaron. Era cierto. Una sensación de inquietud me había perseguido todo el día, un presentimiento sordo y persistente que no lograba sacudirme.

—Son imaginaciones tuyas —repliqué, cruzando los brazos.

Él dio un paso adelante, invadiendo mi espacio. El aroma de su colonia, amaderada y especiada, me envolvió.

—¿Y si te ofrezco una distracción? —susurró, su aliento rozándome la mejilla—. Mañana. Sal conmigo.

—Ya te he dicho que no.

—Y yo te he dicho que no voy a rendirme.

En ese momento, la voz de mi padre, amplificada por un micrófono, resonó desde el interior.

Queridos amigos! Gracias por celebrar con nosotros el estreno triunfal de la última obra de mi amada Eleanor. ¡Brindemos por el arte, por la familia y por el éxito que nos une!"

Un estruendo de aplausos estalló. Darian no apartó sus ojos de mí.

—Tu padre siempre tan... grandilocuente —murmuró, con un deje de algo que sonó a desprecio.

—¿Y eso qué significa?

—Nada —dijo, apartándose de repente—. Solo que a veces los monumentos más imponentes esconden las grietas más profundas. Piensa en mi oferta, Valeria.

Se dio la vuelta y se marchó, dejándome con el corazón acelerado y la sensación de que sus palabras escondían una advertencia.

Horas más tarde, la fiesta en la mansión se apagaba. Mis padres se despedían en la puerta principal, radiantes.

—Nos vamos al after-party en el teatro, niñas —anunció mi madre, ajustando su abrigo de piel—. ¡Cuídense mucho! Isa, no te acuestes tarde, tienes entrevista mañana. Valeria... —su mirada se posó en mí por un segundo, vacía—, intenta ser más sociable. Lilith, no robes mis joyas.

—¡Mamá! —protestó Lilith, riendo.

Las puertas se cerraron. El silencio cayó sobre la mansión de repente, pesado y antinatural. Las tres nos quedamos en el vestíbulo, la energía de la fiesta disipándose rápidamente.

—Bueno, eso fue agotador —bostezó Isabella, estirándose—. Voy a por un vaso de agua y directa a la cama.

—Yo me voy a ver una serie en mi cuarto —anunció Lilith, subiendo las escaleras de dos en dos.




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