Baptiste
Monique lloraba y me decía que no creía en un hombre, aunque me decía que me excluía de eso. Decía que ella creía que yo era diferente y yo creía eso también. Le suplicaba que confiara en mí, la abrazaba la sostenía en mis brazos, y luego se calmó. Pasamos buena aparte del día así, ella dudando, pensando si lo correcto era dejarse caer en ese abismo ciego… confiar.
Podía verla profundamente inquieta y nerviosa, como si no existiera forma de poder tranquilizarse. Casi podía detallar la lucha interna que se disputaba en su cabeza y en su corazón. Estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama, con un bóxer nuevo y ahora otra camiseta con algunas imágenes de Seattle.
Tenía que esforzarme en buscar otra ropa, sinceramente aunque ella se veía radiante con lo que fuera. Se tapaba la cara con las manos, luego se las pasaba por el cabello y se peinaba. Por momentos suspiraba, o soltaba un bufido, como si estuviera decidiendo si contarme o no, o quizás por dónde empezar. Al menos eso yo esperaba.
Ella había sido una chica misteriosa desde el primer día que la vi, cuando entró en ese evento con el nombre de Greta Green, me di cuenta desde el segundo uno que ella era diferente. Por el modo en el que entró por esa puerta, por como hablaba, por como observaba, Monique no venía a tomar el puesto de su amiga solo por diversión, por estar con los ricos u otra razón frívola. Monique venía con una misión, una que yo desconocía.
Había sido la intriga más importante que he tenido de ella, además de su nombre ¿No era absolutamente desquiciado quererla, desearla, soñar con ella… sin siquiera saber su nombre? Sin duda era una de las cosas que más me llamaba la atención.
Pero sucedió, no engaño a nadie, me enamoré de ella sin saber como se llamaba, era mon coeur para mí, y así seguiría hasta el final de los tiempos, pues yo no creía que este amor se fuera extinguir así como así. Yo estaba anclado a ella de por vida, estaba seguro de que cuando soltara mi último aliento pensaría en ella, así a partir de hoy no la viera más ¿Alguien podría dejar tal huella en mí? Solo ella, nada más ella.
Era el secreto que más quería saber, me moría de ganas de saberlo, solo porque me permitiría conocer más de ella, entenderla, pero principalmente ayudarla. Necesitaba saber que yo podía ofrecerle algo, y sabia que esto… lo que sea que fuera, era lo más importante para ella. Yo era feliz con saber que había sido de utilidad, hace pocas horas cuando la saqué de ese lugar, bañada en lluvia y con cara de espanto.
Pero ahora… la veía dudar, nerviosa, intranquila… y no quería que se sintiera así. No era su obligación decirme, repito, me encantaría saber, pero no para que ella esté en este estado. Estoy a punto de decirle eso, que no hay problema, que cuando se sienta mejor me puede decir, que estoy para ella aquí, cuando ella habla. Me mira a los ojos, concentrada, con algo de vergüenza pero firme.
Su historia viene de lo que sucedió hace un año, pero también va más atrás. Un novio de toda su vida, desde muy joven, su único novio, el único hombre que había tenido y en quien ella confiaba. Su familia era un poco ausente así que se apoyó en él, Felipe. Monique parecía no poder parar una vez que empezó y me daba detalles, su negocio, ¡Un café!
Era obvio, ella tenía un don con el gusto y el paladar, no podía ser otra cosa. Ma muse había trabajado y se había esforzado mucho para tener lo que soñaba, y lo había logrado, y aun cuando jamás lo visite, jamás lo vi con mis ojos, y aun cuando ya lo había perdido yo me sentía orgullosa de ella.
—Era un lugar hermoso Baptiste… todos lo querían. Y yo me sentía en el cielo con esa realización— me contaba.
Felipe era un bueno para anda, era evidente, en lo que comenzó a describirlo ya se veía venir. Sus amigas intentaron prevenirla, pero ella estaba ciega la realidad es que era algo difícil ¡Era la única persona cerca en qué apoyarse además de sus amigas! Uno nunca puede estar pensando que alguien cercano va a clavarte un cuchillo en la espalda.
Pero mon dieu… lo que hizo Felipe fue clavarle un hacha, espadas y una lanza. Su novio de toda la vida, ese imbécil la dejó, engañó, robó, estafo y pare de contar. Ya yo ahí estaba bastante mal. Trataba de contenerme, pero la quijada me temblaba.
—¡Homme misérable!— (hombre miserable) grité y otras maldiciones y groserías que no voy a repetir aquí, y perdonen mi francés, pero ese hombre era un maldito que tendría que estar rostizándose en el infierno. Monique me miraba triste y yo tomaba su mano, besaba su tatuaje de mariposa. Necesitaba darle algo de consuelo, disminuir su dolor así sea un poco. Lo que ella pudiera necesitar para no tener esa cara triste, esos ojos a punto de llorar… por los cielos yo se lo daría.
Parecía que lo peor había pasado y ella me contaba de que sus amigas tenían… una especie de relación con alguien algo que las ayudaba. Me dijo que quizás era poco creíble, pero ella creía en la diosa de la venganza. Sonaba algo loco, no me dio detalles, pero yo… de alguna manera le creía. Esas amigas no eran las mujeres más normales de la vida. Lo sabía dentro de mí. Llámenle instinto de artista, algo así. Ella veía su mariposa y me explicaba.
Venganza. El secreto de Monique era una venganza. Su plan era un ajuste de cuentas con todos los que le hicieron daño, y no era nada sencillo, no señor… era algo extremadamente pensado. Había millonarios, algunos yo los conocía por nombre, otros gente más común que se vio beneficiada de las malas prácticas de estos maleantes.
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Editado: 19.02.2023