Monique
El que dice que las personas no cambian con el tiempo, no saben lo que dicen. Las personas como cualquier cosa, material, vida y elemento en este mundo tiene diferentes puntos. El agua hierve a cierta temperatura, la harina se levanta, la levadura se fermenta, las salsas se secan.
Nosotros los seres humanos no somos la excepción, somos sensibles a todo esto y más, tenemos nuestros propios puntos, esos momentos que presionan nuestra alma, nuestra mente, personalidad y carácter para doblegarnos, cambiarnos y forzarnos a hacer lo que queremos y no queremos hacer.
Yo era posiblemente una pobre ingenua que se enamoró, o creyó enamorarse de este hombre hace ya muchos años. Quizás era muy joven, quizás no conocía otro hombre, o la comodidad me tomo… a veces uno se queda en un lugar por comodidad por miedo a dar el gran paso y terminas peor. Hay zonas de confort que no dan ningún confort. Yo era así.
Pero la vida, y mis malas decisiones… me presionaron y me formaron. Como los grandes platillos, me cocieron, me lavaron, me estrujaron, me colocaron piezas calientes y complejas encima y… salió una nueva Monique. Una que cambió para siempre y no espera, sino que toma lo que le es justo.
Aprecia lo que tiene, las manos que la ayudaron, las bendiciones de las mariposas, pero también… se niega a volver atrás. Para mí el camino de pasado se ha desaparecido, como si una gran ola se lo hubiese llevado de la nada, como si fuera un gran castillo de arena devorado por la marea en un santiamén.
Pero si bien es verdad lo anterior… hay seres que nunca cambian. Hay piedras que solo la lava misma puede destruirla. Como las cucarachas que pasan fuego, tempestades, maleficios… y siguen caminando con sus corazas como si anda. Alimentándose de la basura y viviendo en la oscuridad y suciedad.
El hombre que tengo enfrente y que me mira con odio, pertenece a esa segunda categoría. Había pasado un año y eran pocos meses, pero para mí era caminar por el infierno, ir y volver varias veces, en medio de sangre, sudor y lágrimas. Una pesadilla en poco más de doce meses. Doce tontos meses habían tomado lo mejor y lo peor de mí y me habían transformado en la mujer que soy ahora.
Me decía nenita y se paraba en el departamento de mi amiga, como si fuera el dueño de esto. Me veía con soberbia como si yo fuera suya, ojeaba a Baptiste como si él fuera un ladrón que, de repente le tomó a su princesa en la torre cuando el pretendía salvarme.
Su cara, su expresión lo decía todo y yo… ahora podía ver como él era realmente. Después de que se robó todo y me dejó sin nada, de que descubrí que me engañaba, quien sabe desde cuando… no lo había tenido en frente, y eso era un shock, no lo niego.
Ahora lo entendía, era un hombre ambicioso y sin amor. Un hombre incapaz de tener empatía y compasión con otros. Un narcisista quien cuando tenía problemas los achacaba a mí, y cuando algo salía mal o yo me sentía disconforme, era mi problema por verlo así… nunca de él.
Si le reclamaba algo decían que eran ideas mías, imaginaciones, que estaba completamente loca… y a ningún hombre le gusta estar con una mujer loca. Por lo que terminaba accediendo a sus pedidos a sus cosas, a sus hábitos, a lo que él quisiera. Su palabra era sagrada voluntad.
Yo jamás tenía la razón, yo solo era problemas, yo solo tenía ideas equivocadas en la cabeza y él jamás ¡Jamás! Se equivocaba. Si no era que yo no tenía paciencia, era que me faltaba devoción, iniciativa o pasión. Siempre era yo yo yo yo la culpable. ¿Cómo podía ser si yo era siempre la que solucionaba? La que traía dinero, la que escuchaba, la que daba de su tiempo, la que se ponía en la peor de las situaciones para que él tuviera todo lo que quiso.
Si él me decía una barbaridad decía que yo escuché mal, lo interpreté mal, no entendí su punto de vista ¿Cómo no lo vi antes? Ahora es como me hubiesen quitado un velo de mis ojos y las cosas tenían otro color. Entendía las señales, entendía las frases ocultas, olía lo que estaba mal. ¿Serían mis experiencias? ¿O el don que me dio la señora?
Sus ojos me eran ajenos, sus manos desconocidas, la simple imagen de Felipe era… extraña para mí. Como si no pasé años durmiendo con él, lo besé, lo abracé, bailé con él… y ahora él era nadie, casi ni lo reconocía. Me parecía un milagro sinceramente. Eso me sorprendía, me extrañaba gratamente. Me parecía un superpoder disociarme de semejante ser malvado, alguien quien trajo sufrimiento para mí, y en el mejor de los casos indiferencia.
Pero nada me sorprende tanto como mis sentimientos. Dentro de mí había un ciclón dando vueltas de forma enloquecida. Quería gritarle, golpearle en cuanto me habló. Me quedé quieta y congelada en cuanto lo vi, muy creído con su ropa de marca, volviendo como si NADA hubiese pasado ¿Que se cree?
Y Francamente quizás lo hubiese mandado a volar, darle una patada voladora, patearlo entre las piernas y otras delicadezas… si no fuera por el hombre que tenía al lado ¡Gracias a la diosa le había contado quien era esta rata trepadora! Mi francesito sabía exactamente quién era él, y actuó en consecuencia.
Como siempre, con categoría y amabilidad, pero abrazándome con fuerza. Sentía sus dedos hincando en mi piel, indicándome que me quedara tranquila que estábamos en esto junto, y por la diosa… ¿lo podría querer más por eso?
Cuando se presentó como el caballero que es, dándole a entender que lo reconocía, pero que además era mi novio, por si no quedo claro eso con el beso con el que Felipe nos debe haber encontrado… además le decía que era mi prometido
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Editado: 19.02.2023