Monique
Cuando tropezamos de repente, usualmente no sabemos ni que ha sucedido, nos caemos en plena calle y ya cuando estamos en el suelo, sentimos apuro de levantarnos y hacer que no sucedió nada, vergüenza, dolor, la sensación de haber hecho el ridículo, de que todos nos vieron cayendo, algo que sucesión sin querer, algo que quizás podríamos haber evitado… pero no pudimos.
Caer al suelo, ser empujados, tropezar son todas acciones negativas, todas negativas, todas que se sienten y perciben como desagradables. Lo agradable, lo bien visto es levantarse, ser sostenido, ser apoyado y ayudado.
No obstante en la vida existen las dos caras de esta moneda y se retroalimentan constantemente. Crecemos, nos formamos y reforzamos con uno y otro. Es como un ying y yang, luz y oscuridad, bien y mal. Todo forma aparte de uno y del otro.
Yo nunca lo había pensado, pero a veces era necesario caer, lamentablemente en casos, hasta muy profundamente. Yo siempre tuve una vida de lucha una en la que intentaba estar siempre bien parada. Dependía básicamente de mí, sin mucha ayuda, así que solía tener mis pies muy firmes en la tierra. sin embargo, a veces hace falta caer porque el mundo se ve diferente desde el suelo.
Tienes otra perspectiva en el fondo, a la que tienes a cuando estás ascendiendo, ni siquiera digo arriba en la cima viendo la gloria, sino ahí en manos y pies en la cornisa, luchando por cada paso para ascender. Sin mirar atrás, sin mirar abajo todo lo que has hecho. Con terror a mirar a otro lado que no se arriba, de hecho. Porque no quieres ver lo que puedes perder.
¿Y qué si fallaste? ¿Y qué si las cosas no fueron como pensabas? ¿Y qué si todo fue mal? ¿Te caíste en medio de la calle y todos te vieron? Ocultar un fracaso no ayuda en nada, en cualquier sentido. Proclamemos a los cuatro vientos que todo está perdido porque ese es el primer paso para levantarte.
Y cuando estás ahí, bien abajo, en la suciedad, en el foso… donde nadie quiere estar solo te queda levantarte. Son las cosas más pequeñas y más simples, no siempre es un gran un golpe un cambio el que te abre los ojos, por lo menos para el resto de los mortales.
Pero en mi caso, fue como un tornado… que hizo que el velo en mis ojos y en mi mente saliera volando como hojas al viento. Empecé a ver todo de una manera diferente.
Tomaba un impulso necesario, me levanta a ver el nuevo día que casi me cegaba. Un día soleado que se ve aún más brillante ahí abajo, lejos de todo, lejos de la cima. Y cuando menos te das cuenta… vuelves a sentirte tu misma.
Sin embargo, todos hablaban de empezar de nuevo de intentar de nuevo. De aprender de nuestros errores, de seguir caminando, de no temer en tropezar de nuevo. Pero mi caso era tan distinto. Yo… había aprendido sin duda, me quedaba claro que no iba a tropezar con la misma piedra.
Mi sufrimiento y mis pérdidas fueron tan grandes que creo que era ya humanamente imposible, había quedado curada. Pero en vez de volver a empezar, yo torcí el camino. No me levanté del suelo para seguir subiendo la montaña o el camino hacia arriba con manos y pies, siempre mirando arriba.
No. Yo me había arrastrado en el suelo, ahí en el foso durante un año. Mirando, investigando, analizando a los de arriba, desde aquí abajo. Para ver como tumbarlos, pero hacer que su caída fuera tan terrible que no pudieran levantarse nunca más. En vez de buscar otra vía para escalar, simplemente me dirigí a otro lado, a túneles y cuevas cerca del suelo, a planear, a escapar, a no ser vista.
No sé a donde quiero ir, no sé si quiero alcanzar mis anteriores metas. A veces… nos enseñan tanto que tenemos que estar arriba que tenemos que ser exitosos, que tenemos que lograr algo… que yo ya no sé qué quería para mi misma. No sabia si iba a quedar una Monique luego de esta venganza.
Y todas esas preguntas, todas esas reflexiones aparecían como burbujas de jabón, flotando, tornasoles al sol, brillando, volando y volando… todas a partir de este minúsculo objeto, brillante, profundamente hermoso en mi dedo. El anillo que me dio Baptiste. Creo que nunca había querido tanto un objeto como este, ni siquiera soñé en tener algo así. Para mí… significaba tantas cosas.
Pensé en casarme, pero jamás pensé en un anillo. Luego de caer y ser engañada y golpeada hasta lo más bajo… juré no volverme a enamorar. Ni querer a un hombre, menos confiar en él. Tampoco quise abusar de ellos, no quise abusar de nadie como abusaron de mí, no sería quien soy.
Pero este anillo, me traía tantas dudas… bueno, más que dudas, miedos. No el tipo de dudas que veía en los ojos de Baptiste, de si lo iba a aceptar, de si me estaba pidiendo mucho, de si se estaba extralimitando, si no sería mucho pedir, de si era una mentira, pero no tan mentira… miles de dudas.
No, mi miedo era que no quería herirlo. No sabía qué tipo de Monique iba a quedar para casarse con él y más aún no quería exponerlo a ningún peligro.
No quería por nada del mundo que algo le pasara a él. Baptiste era como ningún hombre al que yo haya conocido. Era generoso, adorable, sexy, interesante. Cuando me observaba posando, yo ilusamente pensé que tenía el poder, él me hacía creer que lo tenía. Cuando me desvestí y él suspiraba, yo sentía que lo tenía en mis manos, en la palma ahí para verlo y hacer lo que quisiera con él.
Pero él me veía, me sostenía con sus ojos hermosos, sin acercarse y yo sentía que me desvanecía si no me tocaba. Me admiraba… y yo entendí… que ese hombre realmente podía verme.
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Editado: 19.02.2023