Ventus: Buscando mi Historia

Las palabras que nunca pude decir

Esta semana no ha pasado nada muy importante con relación a mis procesos y documentación, pero este diario se ha convertido, con los años, en un espacio donde, aunque no escriba mucho, suelo poner momentos muy importantes para mí.

Quiero empezar explicando por qué lo titulé "Las palabras que nunca dije...". Hace no mucho, perdí a alguien demasiado importante para mí. Aunque era algo que veía venir, estoy tranquila y en paz porque sé que ella descansará tras haber pasado por muchas cosas.

Esta parte me cuesta escribirla. Sin embargo, tuve una charla bastante interesante con un psicólogo, cuya especialidad es la pérdida. Primero, como es típico, me preguntó: "¿Cómo estás?". Es una pregunta bastante compleja para mí, ya que, a pesar de ser muy transparente en mis gestos y movimientos, reconozco que tengo que trabajar en cómo expresar mis emociones verbalmente. Normalmente, me expreso de otras maneras, más artísticas o, como en este caso, a través de la escritura.

Voy a comenzar contando su historia, al menos lo que ella me solía contar.

Mis abuelos se conocieron muy jóvenes. Ella participó en un concurso para ser reina del lugar donde vivía, y después conoció a mi abuelo. En resumen, y omitiendo muchas cosas, desde ese momento siempre hubo mucho amor entre ellos. Nunca había tenido la oportunidad de conocer a personas que superaran las bodas de plata y oro; ellos llevaban más de 50 años de matrimonio, tuvieron siete hijos (mis tíos) y un total de diez nietos y dos bisnietos, a quienes llegaron a conocer.

Mi abuelita fue y siempre será una persona acogedora, que siempre estaba allí y hacía cosas maravillosas. Los recuerdos más presentes que tengo son cuando me quedaba con ella de pequeña. Siempre llevaba mis muñecos, y ella solía tejerles ropa: zapatos, gorritos y muchos chalecos. A medida que fui creciendo, me hizo algunos ponchos y prendas de lana. Con tanto cambio de casa, es probable que algunos se hayan perdido. Otro de mis grandes recuerdos es cuando me quedaba a dormir con ella. Como niña pequeña, no era muy fan de los baños, y esa se convirtió en una broma interna, aunque siempre llegaba a casa y me bañaba. Esos recuerdos son los que me dejó de cuando era pequeña, aunque hay muchos más de esas épocas.

Algunas de las cosas que caracterizaban a mi abuelita eran su atención al detalle y sus almuerzos deliciosos. Siempre tenía los ingredientes exactos, nunca faltaba ni sobraba comida. Disfrutaba mucho que la visitara, y en mi caso, disfrutábamos del silencio cuando tomábamos el sol. Era una persona muy acogedora y le encantaban las reuniones familiares (aunque yo me alejaba de mis primos, siempre terminaba compartiendo con mis tíos y abuelos).

El último tiempo fue algo complejo para ella, ya que pasó muchas veces en el hospital. Al principio, le gustaba quedarse porque la trataban bien y le daban los cuidados que necesitaba. Recuerdo que la mayoría de sus hospitalizaciones las pasé yendo con mi mamá a verla. Pero las últimas fueron más difíciles, debido a su edad y al inicio de una enfermedad degenerativa. En su último tiempo, la tenían que atar porque se quitaba los cables y decía que quería irse. Cada vez que volvía, su estado empeoraba. Su mente ya no recordaba muchas cosas, como si se hubiera quedado en una época específica. Confundía la pieza de mi primo con la suya (antes de que él durmiera allí, dormían ambos en esa habitación). Luego le costaba reconocer a las personas, aunque, de alguna forma, se mantenía estable. No sé si fue rápido, pero sé que ya no sufrirá por esa enfermedad.

Los últimos recuerdos que siempre atesoraré son de cuando mi primo se iba de viaje y yo me quedaba por unos días con ellos. Recuerdo que esa semana sobraron porotos, y esa fue la única vez en mi vida que los comí, ya que normalmente no me gustan. También recuerdo cuando, junto a mis abuelos, tomábamos el sol a ciertas horas y jugábamos con su perrita, mientras hablábamos o simplemente disfrutábamos del silencio. O aquella vez que estábamos afuera disfrutando el sol, y ella fue donde mi mamá diciéndole que yo le caía mal por hacer demasiadas preguntas. También está el día que empecé a ir los martes con mi mamá. Ella llegaba después que yo, y recuerdo que estábamos en el antejardín tomando el sol cuando me echó de la casa sin mis cosas. Por suerte, andaba con mi teléfono y pude avisarle a mi tía. Nos reímos mucho de eso.

Por último, algo que agradezco profundamente fue la segunda vez que fui a visitarla. Aquella noche, nos quedaríamos mi mamá y yo, pero al último momento me tuve que ir por información mal dada. Tuve la oportunidad de despedirme como se debe antes de salir. Al día siguiente, partió, y esa semana fueron los funerales y la incineración.

Quizás esto no se lo muestre a mi familia, por ser algo personal, pero quiero dar las gracias por tantas cosas: las deliciosas comidas, los momentos en que tomamos el sol, los panes amasados tan ricos, y por acogerme a pesar de todo. Gracias por darme tanto amor y cariño, y por convertir tu hogar en mi refugio, mi lugar seguro. Aunque ahora se siente tu ausencia, siempre será la casa de mi abuela. Aunque suene raro decir "voy donde mi abuelita", las costumbres son difíciles de cambiar.

Espero que estés en un buen lugar, descansando como se debe, sin sufrimiento.




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