Era medianoche cuando una figura encapuchada cruzaba el corazón de un profundo bosque, tratando de llegar al otro lado, caminaba lentamente, la luna alumbrando sus pasos, tarareaba una canción lenta, camina más y más, parecía como si nunca fuera a llegar a su destino, su corazón golpeteaba contra su pecho, como si esperara a que ella abriera la boca para escapar y perderse en la oscuridad. Mientras más se adentraba más oscuro se volvía y no se podía ver nada, continuamente se enredaba con alguna raíz y debía mantenerse activa para no caer, por poco una planta carnívora casi le come la mano si la figura no la hubiese quitado a tiempo. Luciérnagas le regalaban un poco de su luz, brillando en verde esmeralda. Por fin la figura llego al final del bosque, la maleza predominaba más la zona y sus botas se quedaban entre el fangoso suelo, la figura encontró un caminillo y comenzó a subir por ese, pronto llego a la entrada de un castillo, el castillo parecía sacado de un cuento de hadas, muy bien pudo haber sido de la Bestia o del Príncipe Eric de la Sirenita, pero no, no le pertenecía a ninguno de ellos.
El castillo era hermoso en su totalidad, paredes de color blanco marfil, los detalles eran de oro, en las torres habían grandes estatuas blancas y hermosas, había un gran jardín lleno de rosas desde una punta hasta la otra, habían animales, desde un pequeño conejo hasta un gran ciervo, la figura paso el jardín a paso rápido, mirando sobre su hombro constantemente, un gran búho blanco que estaba cerca sobre una rama estaba observando sigiloso. La figura subió un tramo de escaleras cortas hasta la gran entrada, postrada en ella había una estatuilla de lo que parecía mármol, era una mujer, hermosa, una gran melena caía en forma de llovizna sobre la espalda y rostro de la estatua, su rostro había sido tallado perfectamente, ojos grandes y amorosos, boca pequeña y rellena, rostro definido y marcado, aunque le parecía muy familiar. Vestida como una diosa griega estaba la estatua y un collar también había sido tallado, excepto por la esmeralda que tenía incrustada en donde terminaba la cadenilla, ella era la diosa Andrómeda.
La figura la observo y sonrió levemente, se acercó a la puerta de madera y canto.
Abre tus ojos y mira el mundo.
Del sueño eterno despertaras.
A tu heroína, amaras.
Aferro fuertemente su capa cuando la puerta se abrió y entro, como si sobrevolara el suelo, dentro la sala era enorme, el piso era negro y brillante, como si hubiesen tomado estrellas y las hubiesen pegado en él, en el centro de la gran habitación había una escalera enorme, la figura subió los escalones, tres corredores, uno a la izquierda, otro a la derecha y el que seguía recto, la figura avanzo por el de la derecha.
Una mesilla, era lo único que no estaba roto, de resto, los cuadros, floreros, lámparas y estatuas pequeñas estaban hechas añicos, la figura sollozo y siguió caminando hasta la habitación que estaba al final, la figura llego hasta ella, seguida de la sensación de que la observaban, pero nadie la había seguido, aquella sensación había quedado después del ataque, y ella aun no la olvidaba. La figura tomo el pomo de la puerta y entro.
Dentro, por las paredes había enredaderas que habían crecido tomando la habitación para ellas, subían hasta el techo, como tela de araña, llena de rosas y espinas, no había cama pues las enredaderas la habían cubierto toda, solo en el centro estaba un hombre. Como si estuviera dormido sobre una mecedora, estaba acurrucado en posición fetal, su piel era del color de las esmeraldas, su cabello era verde oscuro y liso, de su espalda salían las enredaderas que le servían de apoyo y las que habían cubierto la habitación entera.
La figura encapuchada se acercó a él y se arrodillo a su lado, podía ver una solitaria lágrima que ya había hecho su camino, dejando su marca en su rostro. En el lado donde su corazón estaba, había un tribal en forma de rosa y mientras bajaba la mirada podía ver que de la cintura hacia abajo el hombre tenía hojas cubriendo sus piernas. El rostro del hombre era lo más hermoso que se podría ver nunca, tenía una belleza sobre natural, la belleza de un dios, quijada marcada, labios carnosos y provocadores, cejas gruesas, nariz perfilada y respingona.
La figura suspiro débilmente y bajo la capucha de su capa, un hermoso rostro se bañó en la luz de las luciérnagas que habían entrado en la habitación, su piel era de un blanco perfecto, sus ojos grandes eran bicolores, uno dorado y el otro verde, nariz pequeña y respingona, boca de labios delgados y suaves que sonrieron una vez más al hombre, tenía el cabello de un rojo vivo y debajo de este ocultaba un par de orejas puntiagudas.
- Oh, mi señor... lo lamento tanto- su voz era dulce, ella estaba arrodillaba frente al hombre, apoyada en su piernas, su cabeza escondida bajo sus manos cuando sintió movimiento por parte de este, ella alzó la mirada y vio, como el hombre cambiaba de posición, sus piernas se estiraron y se apoyaron en el suelo, sus manos se entrelazaron sobre su abdomen y su rostro giro, como si mirara a la mujer directo a los ojos.