Capítulo 8: A Escondidas
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Mis padres todavía no llegaban, eran las cuatro de la tarde, no había ni rastro de ellos. Me estaba empezando a preocupar, sabía que si estaban tomando, se iban a descontrolar las cosas. Y yo que estaba en ese estado de impotencia, no podía salir a buscarles. Escuche el ruido de un motor, <<seguro que son ellos>> dijo mi mente absorta mientras que me paraba con ayuda de unas muletas que ahora eran mis mejores amigas. Me asome a la ventana, y una sonrisa se plantó de golpe en mi rostro. No era mi familia, sino el chico más bello del pueblo. Sebastián.
—Michelle estoy abajo, abre la puerta. Soy Sebastián. El indiscreto chico, miraba alrededor de la casa, pero como no veía nada creía que no estaba nadie. Sin más abrí la ventana y grite: — ¡Aquí estoy bebe!, ya bajo a abrirte. Sebastián rápidamente miro hacia arriba, mientras que me saludaba con sus brazos, moviéndolos de arriba abajo. Con toda la velocidad que tenían las muletas baje las empinadas escaleras, y cogí las llaves de la mesita de la sala de estar, y abrí la cerradura.
Y ahí estaba el, con su vista perdida en el tiempo, como si pensara en salvar a la humanidad, no más bien como si fuera un protagonista de Telenovela. La verdad no sabía cómo un hombre podía ser tan atractivo, no solo físico sino emocional también. Él Tenía todo lo que una mujer necesitaba, Modales, Etiqueta educación, valores, hombría, un Tarsero que también podíamos apreciar al máximo. Con un dulce y cálido abraso me saludo,
—Perdóname que no vine a verte estos dos días, es que he estado ocupado con el trabajo. —Se rasco la cabeza— Pero ya vine que es lo importante, ¿Cómo estas de la pierna?
—Pues estoy mejor, además ya puedo moverme con más libertad, Pero estoy un poco enojada, porque no me viniste a visitar, —Cruce los brazos cerré los ojos e hice un puchero—
—Discúlpame, pero también tengo algo importante que contarte y que te va a impactar.—Sebastián se quitó el sombrero de cuero— y es algo peligroso.
La mirada fija de Sebastián me decía que lo que iba a pasar en el pueblecillo no era lo mejor del mundo, y a muchas familias se le veían involucradas en el asunto. Paso una cuantas horas y entre historias y alguno que otro jueguito con las manos de ambas partes.
Esperamos a que llegaran mis padres. Eran ya como las diez de la noche y aun nada, que pudiera darme señales de vida de ellos, además mis amigos no tenían carga en sus celulares para hacerles una llamada. Sebastián me cogió entre sus brazos para parar mi angustia, que ya era obvio que había notado.