Capítulo 29: Vista
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No sabía cómo Sebastián había vivía solo allí desde hacía años, pero al ver en la cúspide su dormitorio aquella hermosa vista de las praderas, las montañas que se hacían una cordillera, las nubes que se acercaban a cada una de esas gigantescas murallas de tierra, y los arboles gigantescos que tapaban el sol, pero aun así se podía ver su puesta, y además pintado de un color rojizo, y el sonido del agua cayendo por la pequeña caída antes de llegar a la lagunilla, y la brisa fresca pegando en tu cara. Era hermoso tanto que dejaba boquiabierto a cualquiera que lo viera una vez, haciendo que la segunda oportunidad fuera igual en realidad no me cansaba de ver aquel bello paraíso, que el hombre aún no había profanado. Pero no todo se debía a la gracia de la naturaleza, pues Sebas, mantenía limpio los alrededores, cualquier animal muerto que cayera al rio, lo enterraba con gran apuro, para que las aguas no se contaminaran. No solo era suerte, sino trabajo duro.
Cuando llegamos a la casita volvimos a comer, con una estupenda cena de filete y alguna que otra copa de vino francés, que había traído sebas de la hacienda. Pero no quedo mucho antes de decirle, que quería montarme al techo de la casa, el frunció el ceño e inclino la cabeza, seguro pensaría que había quedado loca, pero quería ver ese bello paisaje otra vez, y más estando con él. Pero sin chistar él se paró de la mesa, con paso decidido, y me dijo que me esperara allí. Le sonreí mientras esperaba a que volviera, seguro que se estaba preparando para algo más. Que entre comillas yo sabía que iba a suceder. Mi impaciencia estaba en su punto más alto, y como una droga necesaria para el cuerpo, yo quería ver ese paisaje. —Vamos Linda. Dijo Sebastián, mientras que se enrollaba una linterna en sus pantalones, —Ya sé lo que quieres ver. Giño el ojo, con sutilidad. Él se acercó a mí, y entre sus brazos me cargo. Mientras que en su espalda, podía sentir todo el calor de su cuerpo, podía sentir cada gota de esfuerzo en subirme a la habitación, y encima agarrarse de la cuerda, para después trepar la pared, mientras todo mi cuerpo colgaba sin hacer menor esfuerzo, me sentía un poco culpable, y hasta pensé que debía decirle que podía mover las piernas un poca y me podía apoyar en la estructura, pero el me leyó la mente saliendo de la ventana, y antes de subir me dijo: —Ni te atrevas a mover un musculo, si haces eso no te hablare por el resto de mi vida, entendiste.
Yo con un poco asustada por su conducta, pero afirme con la cabeza, por su gran determinación además eso de él, me encantaba. De la nada saco una cuerda, —Agárrate a mi espalda, solo eso vas a hacer. Dijo con gran confianza, yo abrace la amplia espalda, y me pegue a él, tanto que mis pechos se sentían asfixiados. Y podía saber que lo estaba excitando, aun así solo fue una indirecta casual. El salió de la casa, y de un salto estábamos volando por los aires, —Sabes lo que haces, —lo abrace más fuerte—
—Tranquila, se lo que hago. Con una sonrisa muy alentadora tranquilice mi corazón que tenía las palpitaciones al mil, por ese peñasco debajo de nosotros. Pero con el tiempo, me di cuenta que la cuerda estaba amarrada a la azotea de la casa, así que estábamos columpiándonos, y yo pensaba que íbamos a caer a la muerte. El golpe del impacto cuando sebas llego a la pared, fue tan fuerte que casi me suelto de su espalda, pero el me atrapo agarrándome del trasero. Motivo por el cual pegue un fuerte grito, mientras me ponía más roja de lo normal. El con un poco de picardía pudo manosearlo un par de veces, disimulando la ocasión para tocar mi bello cuerpo, que al final pensaba que no me daría cuenta.
Con gran ímpetu, subió de poco a poco los dos metros y medios, de altura que nos separaba del tejado de la casa, con grandes pasos y casi un esfuerzo inhumano subimos al techo de la casa, el techo estaba oscuro pero podía ver con un poco de dificultad, mas Sebastián con su cansancio se paró casi que corriendo a buscar una cosa, yo me senté en la cúpula de la casita viendo aquel ambiente bello. Aunque no sabía que estaba haciendo él atrás del techo. Sebastián por fin llego con una cosa parecida a una lámpara, y con ímpetu un par de sillas que se llevan a la playa.