Capítulo 41: Ven a Verme
—Es que tengo que patrullar la cerca de la hacienda, aún tengo ese pequeño trabajo… pero si quieres vengo mañana en la noche.
Mariana frunció el ceño
—No me mal entiendas, digo en la noche, porque me imagino que debes trabajar. Además yo también lo tengo que hacer.
—Trabajo en el bar de abajo.
—¿Como camarera?
—No. Mariana se sentía insegura al responder.
—como bailarina.
Mariana asintió con la cabeza
—Entonces debes hacer mucho dinero. Zack rio con algo de sarcasmo.
—Algo así. La chica no sabia si jugar con su cabello o esconder la hermosa sonrisa que le decía a Zack que viniera a verla. Una sonrisa sincera que flecho el corazón del hombre.
—¿Entonces cuando vengo? El chico alzo la ceja derecha en señal de interrogo.
—Ven… —Ella titubeo— en las tardes, casi cuando quieras, pero… —Ella se sentó y puso una pierna sobre la otra cruzando los brazos— no te convenzas de que soy una presa fácil. Así que cazador, ten mucho cuidadito con lo que vayas a hacer.
Zack sin emitir ninguna palabra, hizo una señal con el sombrero y salió con orgullo de la casita.
Ella sabía que el hombre no era un don nadie, para estar trabajando para uno de los hacendados más respetados de la región debía ser responsable, algo que a ella le gustaba mucho. No como el resto de los hombres que buscaban solo el cuerpo de las mujeres del pueblo. Ni mucho menos como los borrachos del bar, con los que frecuentaba a diario.
Zack al subirse a la moto pensó desde todos los puntos de vista, para contenerse y no quedar como un niño. Rosa, esa mujer tan furia, que conoció en el rio. No estaba enamorado, era una broma de su corazón. Era un efecto de estar rodeados solo de hombres, ya que en la hacienda las únicas mujeres que había eran solo, La señora Wendy, la amable cincuentona que preparaba la comida de los trabajadores. Y la pequeña Laura, la niña de once años que juagaba todo el día correteando por los amplios senderos de la hacienda.
Rosa pensaba que el hombre no era el chico más bello del mundo. Pero era atractivo y su abdomen estaba cada vez más marcado, le había gustado aquella vista, sentada en el sofá, abrió las piernas, relajando su cuerpo en el espaldar del mueble, y dejó caer sus manos a sus muslos, pensando en el placentero momento de atracción ferviente por Zack.
Ahora ella se preparaba para trabajar en el bar, mientras Zack iba rumbo a hacer el chequeo de las cercas de la hacienda de Don Héctor. Trabajo que le tomaría hasta las tres de la mañana, hasta esa misma hora pasando la noche en vela, también pensaba en Mariana, y aunque el efecto del alcohol y la carencia de luz en el pequeño bar, hacía que algunas veces ella vislumbrara y tuviera algunas instantáneas lagunas mentales, Mariana pensaba en el astuto Cazador.
Dos veces a la semana la primera vez, Después cuatro veces, la chica dejaba la puerta abierta entre cerrada por si acaso, el llevaba dulces para poner las cosas más fáciles, los dulces también fueron puestos en la cabeza del chico, y Mariana cerró la puerta de golpe en la cara de Zack. El quedo confuso, pero pidió perdón. Ella comprendió y lo perdono otra vez. El día siguiente se sentó en el pequeño elevado que estaba detrás de la casa de Mariana, donde dejaba ver una puesta de sol hecha por el mismo Dios.
La tercera semana estaba más ansioso que las otra veces, hicieron un pacto, consistía en que ninguno podía acercarse al trabajo del otro, por mucho que quisieran verse, estaba claro que el trabajo era primero tanto en la vida del chico, como en la vida de ella. una formula alquímica hacían al complementar sus cuerpos. En la cuarta semana ella reposaba la cabeza en el pecho del chico, mientras leían libros, que los transportaban a tiempos remotos, donde el amor era real y los dragones existían.
Un mes y medio después se besaron por primera vez, Zack estaba más que nervioso y el beso no duro mucho. Eran cálido y reconfortarle. La mujer era la dominante y guiaba a su hombre.
Ya la rutina estaba más que clara, Un dulce para la entrada, metedura de mano entre páginas de libros y humo de tabaco fumado por Zack, y miradas llenas de lujuria cuando el hombre veía a la chica en sus cortos vestidos, —cosa que al inicio fue muy sorprendente— así pasaban cuatro horas al día, la ultima hora, un juego que nunca quisieron dar nombre, Zack se intentaba ir pero Mariana con sus dotes de mujer, lo convencía para que se quedara un rato más, hasta que se hiciera de noche.
Después del beso de despedida y una caricia por el suave pelo de Rosa, Zack se despedía y se iba en su moto, la chica esperaba en la puerta viéndolo hasta que se perdiera de su vista. Después se bañaba y se vestía para ir a trabajar.