Veranoticc

Capítulo 47: Amar es Mejor Que Ser Amado

Capítulo 47: Amar  Es Mejor Que Ser Amado

 

La noche la pasamos en la cabañita del rio, pero muy por la mañana sebas me levanto de la cama mientras miraba su cuerpo desnudo, 

—Tan temprano nos debemos ir. Dije mientras estiraba mis brazos por encima de mi cabeza.

—Si, por que debemos esperar a Zack, para que volvamos.

Si tenía razón debíamos regresar, desde un mes del sueño perfecto y el verano más hermoso que había vivido en las montañas. No sabía nada de mi familia ni de Alejandra. ¿Qué estaba pasando en el pueblecillo? Mi familia tampoco se molestó en buscarme, pero ¿porque? Algo debía estar pasando detrás de todo escenario portentoso. Aunque a mí no me molestaba quedarme unos dos meses más a solos con Sebastián.

—¿Ya estas lista? Pregunto mi amado con apuro en sus palabras

—No espera ya casi.

Después de  levantarme y asearme, me subí a la moto de sebas y nos fuimos a la casa, pensando que Zack ya estaría esperando a su hermano. Llegamos a la casita y estaba sola, Sebastián sin perder tiempo entro y acomodo todo, además preparo algo de desayuno que lo disfrute como si fuera la mejor cena en un restaurante de Francia.

Aún estaba cansada, y poco a poco cerré los ojos para dar otra siesta.

*

Sebastián dejo a su amada en la recamara, se había vuelto a dormir, pero él estaba claro que le gustaba verla como si fuera una joya que vale millones, estaba convencido que si se proponía podía dibujarla toda la noche sin dormir. El rugido de un motor despertó del trance en el que estaba Sebastián, entonces salió casi disparado a la puerta. Pensaba que era Zack así que abrió con total confianza la puerta.

—Pasa —dijo sin cuidado.

—Vaya pero que buen recibimiento muchacho.

Sebastián miro atentamente a la silueta que estaba enfrente de él.

—Don Vicente… ¿pero que hace aquí? ¿Cómo me encontró?

—¡JA! Escúchame bien jovencito, mas sabe el diablo, por viejo que por diablo.

Sebastián no creía lo que sus ojos veían, y aunque le daba alegría el tener a su padre, adoptivo aquí, Zorro blanco pudo haberlo seguido. No podía confiar ni en el.

—Pase, no nos quedemos en la puerta —Replico Sebastián con un tono más serio.

Los dos pasaron a la casita y Vicente se sentó en una de los sofás. Sebastián ágil como el viento puso un vaso lleno de café para su invitado. Y luego se sentó en otro de los sofás, en el que quedaba enfrente de él, para no hablar tan fuerte y despertar a Michelle.

—Bonita casa muchacho tienes buen ojo. Sebastián sonrió con sarcasmo.

—Oiga viejo, usted si vino acá fue porque quiere que tratemos un asunto importante. No es así.

—Eres muy directo, igual que tu padre.

—Entonces dígame en lo que le puedo servir. ¿Ya vendiste la hacienda?

—No la vendí, solo le di un lote de terreno a un viejo amigo.  Sebastián no estaba convencido del todo.

—Quiero decirte algo, que he retenido desde que eras pequeño, porque no tenías edad para saberlo, pero el tiempo paso, pero paso entre mis manos, y parece que fue ayer cuando estabas en pañales o corriendo por la hacienda, persiguiendo a los jinetes o a las gallinas. Pero el momento de que sepas la verdad llego.

Sebastián no dijo ni una solo palabra mientras hablaba Vicente.

—Tu padre, antes de que partiera, dijo que te leyera el testamento de su herencia.

—¿Herencia? Pregunto asombrado.

—Escúchalo—Vicente saco de sus bolsillos un pedazo de papel corrugado y lo empezó a descubrir y termino leyéndolo—:

Para mi segundo hijo, espero que me escuches, pero sé que entenderás las Razones por la que te he dejado con el cuidado de mi buen amigo Don Vicente, tu  madre se llevó a tu hermano a otra ciudad, por lo cual no sé nada de ellos, Todo lo que es mío te lo dejo… cuento con doscientas hectáreas de terreno virgen. Maquinaria pesada y dos casas, una a orillas del rio, y otra en las profundidades del bosque. No te puedo dejar dinero porque eres menos de edad, pero lo pasare a la cuenta de mi amigo, que lo mantendrá con un fideicomiso hasta el día que seas mayor de edad. El resto de mis cosas te las dejo a ti, con cariño tu padre.

Vicente termino de leer el documento, y un silencio invadió la zona. Las palabras pesaban como el mar, y ninguno de los dos se atrevió a dar la primera consonante para dar la conversa,




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