Capítulo 50: Una carta
La primera noche no podía dejar de llorar, me puse en posición fetal, estaba ausente pensando en que Sebastián, apretaba los ojos fuertemente para obligar a mi cuerpo a quedarse dormido. Pero al final falle incontables veces. Las palabras de mi boca giraban en torno a una sola cosa, El chico de cabello claro.
la media noches estaba acompañada de un fuerte torrencial de lluvias, un aguacero cayo en el pueblecito, estaba esperando a que la mañana llegara lo más rápido, que los días pasaran como segundos para volverlo a ver, con ese pensamiento errante, mi mente cansada pudo quedarse dormida, pero no sé cuándo perdí la conciencia exactamente. Solo recuerdo que cerré los ojos y me quede dormida.
La mañana siguiente estaba llena de energía, el sol había salido, y muy temprano me dispuse a ir a ver a Mariana, Zack me lo pidió muchas veces, y aunque no nos conocíamos de pies a cabezas o como yo conocía a Alejandra, pero no podía dejarla sola, además ocupaba mi mente con oficios para no hacerme ideas locas acerca del bien de Sebastián.
Baje rápidamente de la pequeña colina donde estaba la casita y con un vestido corto y un lazo en el pelo, me dispuse a poner inicio a un día de labranza en la panadería de Mariana. Por momentos volvía a tener pensamientos de Sebastián y las preguntas no hacían falta en el menú. Pero me decidí ponerme rígida,
Camine más rápido la carretera hasta llegar a los inicios del pueblo, pase por la capilla de la plaza y después llegue a la pequeña ruta, el pueblecillo estaba algo callado, la mayoría de la gente estaba en el campo trabajando aquella bella tierra. Llegue con retardo a la panadería de Mariana, cuando llegue la vi con unas bandejas llenas de pan en la mano.
Yo la salude con un beso en la mejilla, después de eso, me puse ágil en la tienda, agarre las bandejas por un lado y las ayude a transportarlas a la cocina donde estaba un grupo de muchachas cocinando y amasando harina. Me puse al lado de una de las chicas esta era alta y de cabello claro, tenía ojos marrones, tan marrones como el café y encima una piel blanca muy llamativa.
Se llamaba Jessy ella se encargaba de mantener el horno de barro encendido y el de gas a punto de cocción, la otra chica se llamaba Verónica, ella era de cabello negro, y ojos azules, su piel era quemada. Con grandes pechos y un cuerpo muy esbelto y delineado. Ella se encargaba de la harina y de amasar la misma, nunca pensé que una chica tan linda ocupara un trabajo tan rudo, en la ciudad la mayoría de mujeres trabajaba en tiendas, como recepcionistas.
Mariana entraba y Salía con todas las bandejas de pan que podía, intente prestar mi ayuda, pero en todas las ocasiones la chica se negó. Yo tampoco quería quedarme sin hacer nada, más en aquel escenario tan ajetreado, entonces hice a Verónica una seña para que me diera algo de espacio y me dejara ayudarle, con ella no tuve ningún problema y hasta me dijo que le agradaba mi compañía.
Amasamos harina hasta que se nos cansaron los brazos y más que un trabajo parecía una competencia. —Y créanme cuando les digo que la chica era una gran amasadora de haría, a pesar de que el cuerpo de la susodicha, era tan delicada como el de una actriz— después de tres horas casi interminables, mariana entro y dijo:
—Terminamos por hoy.
—¡Uf! Qué bueno porque mis brazos están casi…
—No lo digas que sabes que es duro Verónica.
Marina interrumpió a verónica y después le echo una mirada algo fea. Yo estaba esperando las órdenes de Mariana, pero ella estaba distraída en las especies para sus panes. Me le acerque con disimulo mientras ella escribía en un pequeño cuadernillo.
—¿Te ayudo en algo mariana? Dije con buena voluntad.
—No tranquila solo estoy haciendo algunas cosillas, puedes irte si quieres, se que vives lejos.
—¿Pero y tú?
—Tranquila yo me voy más tarde y quiero estar un poco más aquí…
—¿Piensas en Zack verdad?
Ella no me contesto entonces arregle la situación rápidamente.
—Porque yo pienso mucho en Sebastián. Es normal, pero recemos a Dios para que no les pase nada.
—Ojala. Yo lo quiero mucho. A Zack.
—Yo también. Dije sin pensar
Ella me miro con una cara dubitativa.
—Quiero decir que yo también quiero mucho a mi Sebastián.
Ella se calmó más, me dio órdenes de que me retirara. Que fuera a mi casa, pero yo quería quedarme un rato más en la panadería, para distraerme porque en este mismo instante mi novio y su hermano, estaban esquivando balas de sus enemigos.