Verdadero amor

Capítulo |2|Amnesia.

Sería un éxito si saliera invicta de todo ese lío en que innecesariamente se vio envuelta, pero es que al parecer la mala suerte de ese día iba a estropear el facial que el día anterior se había hecho, porque sintió como en el costado de sus ojos unas patas de gallo comenzaba a aparecer, por cómo se sentía su piel bajo sus dedos.

Exhaló un suspiro cansino, mientras esperaba alguna información del hombre al cual casi mata.

—Como que están demorando mucho los médicos, ¿no lo crees, muchacha? ¿Será que le pasó algo?

La voz cantarina de la señora del accidente, que "amablemente" y sin que ella lo notara, se había trepado en la ambulancia para acompañarlos o asegurarse de que ella no escapara, le llegó a sus oídos provocando que la jaqueca que, anteriormente amenazaba con aparecer, ahora se había instalado, le hizo asentir y desviar su rostro.

—¿Ah, y si se murió?

Continuó la mujer con su perorata, insistiendo en echarle sal a su herida, acrecentando el miedo en ella.

—No diga eso, mi pastelito es fuerte. Por cierto, gracias por acompañarnos, es tan linda, usted, pero ya puede irse, ya fue mucho abuso de mi parte. Seguro que mi pastelito se pondrá bien —dijo, golpeando con suavidad la pierna de la señora.

—Hay, no, muchacha. De todas maneras estoy desocupada. Tranquila. Aquel te haré compañía, estabas pálida cuando se suscitó el accidente. Debiste preocuparte por tu novio.

Inye puso los ojos en blanco al sentir la mano de la mujer en su pierna.

Ella asintió, pero el sonido que en ese momento emitió la llamada entrante de Luca, le hizo exaltar y dar un respingo en su asiento, sin embargo, aquella llamada era una excusa para alejarse de la mujer, por lo que, elevó una oración al cielo al tiempo que se importaba y le enseñaba el móvil.

—Voy a responder la llamada, disculpe. —anunció, alejándose a una esquina, pero antes de que respondiera, la enfermera se le acercó con su rostro extraño.

Se encogió de hombros mientras acortó la distancia con la mujer vestida de blanco y rechazaba la llamada.

Ahora el hombre era lo más importante.

—¿Usted es la familiar del paciente atropellado?

—Pues claro, señorita. No ve que es su novia. Se iban a casar. 

La intervención de la señora empezaba a molestarle a Inye que recordó las respiraciones de yoga para no sacarle a empujones por ser tan metiche.

La enfermera asintió ante la respuesta de la metiche mujer, escribiendo algo en unas hojas que Inye intentó mirar, pero no pudo porque la mujer esquivó la carpeta, abrazándola a su pecho.

—¿Cómo está él, señorita? —interrogó la rubia, cambiando de voz y cubriendo su rostro para no ser identificada—. ¿Está... vivo? —preguntó con terror a la respuesta 

—Sí, por suerte, no fue nada grave, tranquila. Una leve contusión y el brazo izquierdo fracturado, pero está vivo que es lo importante. Ahora ya está con yeso y recuperándose. También lo trasladaron a una habitación normal. Solamente deben esperar a que despierte y tal vez en dos días le den el alta según los exámenes que le realicen.

—¿Se le puede pasar a ver?

Inye miró a la señora con miedo a la par de deseos de estrangularla, porque gracias a la mujer se vería obligada a entrar y antes de poder inventar alguna excusa para solamente pagar del hospital y marcharse, la enferma dio una respuesta afirmativa, para seguidamente llevarlas hasta la habitación del hombre.

La mujer entró y ella permaneció en la puerta, indecisa si hacerse la desmayada, al fin de cuentas esas escenas eran las que mejor hacía, pero cómo no, en cuestión de segundos, sintió la mano de la mujer que la jaloneó, llevándola hasta la cama donde el hombre que permanecía con sus ojos cerrados.

Que no despierte aún, por favor.

Que no despierte aún, por favor.

Repetía en su mente, mientras daba pasos en retro, llegando hasta una esquina de la habitación, lo más alejada que pudiera.

—¿Por qué te alejas, muchacha? Ven que tal vez tu novio despierte pronto y debe querer verte cuando abra sus ojos.

Inye quiso reírse en vez de sollozar por las palabras soeces de la mujer que le empezaba a incomodar su presencia.

—Insisto, señora. Debería marcharse a descansar, ya hizo mucho. Usted fue tan amable. Ah, incluso mi corazón se sintió conmovido por su acción de venir a acompañarnos —mintió, porque cuando la vio allí, casi le dio un paro cardíaco. Fue un total incordio verla interviniendo, pero sobre todo, porque gracias a ella casi todos los médicos creían que ella era la prometida gracias al bendito vestido—. Puede irse tranquila.

—Ay, no. Ya te dije que no tengo nada más que hacer. Por cierto, me llamo Margoth —le respondió, sacudiendo su mano—. Es más, esperaré junto a ti. Te daré apoyo, muchacha. Estás tan solita, pobre de ti —musitó y tras darle unos golpes a la muchacha, caminó hasta un sofá, donde posteriormente se sentó. 

—Pero, señora Margoth, yo...

—Um, au. ¿Qué sucedió?

Las quejas del hombre alertaron a Inye que fue nuevamente a parar a la esquina de la habitación, bajándose la gorra a la vez que inclinaba su rostro, ocultándose, pero escuchaba claramente las preguntas que le hacía al hombre que de a poco recobró la conciencia. 




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