Verdades a Medias

Valor.

La razón por la cual llegué a ese lugar aún no me es clara. Justo ahora sí estoy segura de algo. Ahora que me encuentro envuelta por el manto del sonido. El exterior se expresa, habla, se comunica, mas no es escuchado.

El televisor se encuentra en mute, y solo yo puedo devolverle la voz. ¿Pero por qué hacerlo si sólo me atormenta?

¿Por qué no hacerlo? Mis pensamientos también me inquietan.

Mi cabeza es ese mar de pensamientos, cuya importancia puede radicar en uno.

Uno. Y ya.

Y ya no soporto escucharlos más. Así que, apenas, sin notarlos, ya no los oigo. En su lugar, recuerdo que en mi habitación hay un grillo escondido, que hay un bombillo luchando por no apagarse, y chilla cada vez que amenaza con perecer. Percibo a los gatos aterrizar en el techo de la casa, igual que a un par de mosquitos azotar mis brazos mientras me mantengo inmóvil.

Asimismo, los ronquidos de mamá retumban por el pasillo hasta rebotar en la puerta de mi habitación. El perro del vecino también ladra, no es muy fuerte, pero él está ahí.

De forma inesperada, algo choca contra la ventana. En ella se vislumbra un animal que solo se sacude para seguir su camino.

Dios, el repiqueteo de los tacones de mi hermana. Su andar resuena, marca la pauta, genera el compás.

Abrumada, me incorporo y fijo mi visión en el computador. Me aproximo, y mis pasos, leves, pero existentes, llegan a mis oídos. A los mismos oídos que oyen al aparato encenderse. Al igual que la silla cuando me siento en ella.

De la misma manera, escucho una parte del bullicio que engloba al efímero y gigantesco exterior. La infinidad de sonidos, chasquidos, pisadas, llantos, risas, gritos... Son...

Son ellos.

Son un sonido ambiental que, de forma extraña, me hace notarlo. No somos solo mis pensamientos tétricos y yo. También somos la gallina enérgica madrugadora, el gallo desconfigurado, el tic tac de las agujas de un reloj viejo, la brisa colarse por la ventana y danzar entre las cortinas.

Y por irme a los más humanos. Al auto derrapar, apagarse, arrancar. A todo aquello que me indica que las cosas siguen avanzando, creciendo y envejeciendo en sobremanera. De solo pensarlo vuelvo a mis pensamientos...

Sin embargo, es ahora otro silencio el que siento.

Ya no es uno que me envuelve y debilita mi cabeza. Hoy es uno que me acompaña, que me dice que hay algo más que una mente agitada.

Que si en algún momento me siento agotada, él estará ahí para hacerme escapar un momento de mi propia realidad.




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