Verdades a Medias

Hasta hoy.

Logré mirar hacia el frente. Mis retinas captaban muchísimas personas agolpadas dentro de un garaje. Ahí estaba él. No sabía bien quién ni cómo era. Lo llegué a saludar un par de veces. Y ya. Y así estaba ahí.

Respiraba la tristeza de una familia que lo perdía, de un vecindario que sentiría su ausencia. Recuerdo que no solo me abrumó el gentío, también lo hizo que demasiadas derramaban lágrimas por él.

Había ido a ver protagonistas malos, ¿o él realmente había sido tan querido?

El aire carnavalero que le acuñaban era evidente.

Y de igual forma era evidente que a ella le dolía. A esa niña que ni diez años tenía también le dolía. Sus sollozos de bebé en abandono me resquebrajaron más que el de ningún otro.

¿Sería mi debilidad proyectándose?

¿Sería mi pesar una niña que no podría bromear más con él?

No lo tenía claro, pero lo sentía.

Sentía que era muy extraño y, a la vez, muy real. Mientras lo sepultaban, una mujer embarazada acompañada a la familia en luto.

Al final del día solo terminé afligida de la forma más egoísta.

Sentí que estaba perdiendo. Que los estaba perdiendo. Y que si no hacía nada, terminaría sucediendo.




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