Verdades liberadas (fragmentados #1)

Prefacio.

 La tormenta se avecinaba y nadie tenía la menor idea de dónde podría estar la reina, desde hacía semanas estaba desaparecida y era imposible dar con su paradero. Pareciera que la tierra se la hubiese tragado, además el rey temía a que algo le ocurriese a su esposa debido a la gran guerra que estaban viviendo. Era como una pesadilla y no podía creer que su imperio estaba a nada de ser derrotado por uno de los reinos más poderosos.

Por supuesto que deseaba encontrar a su esposa con vida, pero ningún soldado daba con ella, no es que quisiera rendirse pero él se caracterizaba por ser pesimista en problemas como lo que estaba viviendo en ese entonces.

—Majestad, la princesa no para de llorar— anunció la niñera de su pequeña hija.

El rey no respondió al llamado y se dedicó a tomar el contenido que tenía en el vaso. El trago lo sintió tan amargo pero ni con eso se detuvo para acabarse la botella entera de whisky.

Sin su reina, él no era nada, el monarca sabía que iba a ser derrotado y no tenía caso de seguir luchando con un reino que tenía una inmensa ventaja. Sabía que no había sido buena idea rechazar los acuerdos de comercialización con el reino enemigo, pero no podía sacrificar a su reino y a su gente a una esclavitud segura en manos del cruel monarca. Prefirió que su cabeza fuese servido en una bandeja de oro, pero sabía muy bien que la carnada era su esposa e hija tal vez.

Y cuando creyó que había solo un rayo de esperanza en su vida, una noticia lo volcó dejándolo muerto en vida.

—La reina fue encontrada decapitada al lado del río Vesherth—informó su consejero con un semblante triste y temeroso.

El rey guardó silencio, con lágrimas escurriendo por sus mejillas sin poder responder a lo que su mano derecha le había confesado. Su esposa no podía haber terminado así, ella era joven y vigorosa, ella debía de estar en el palacio con sus hijos y no en la orilla del río sin vida.

Su pequeño hijo escuchó todo, tenía conocimiento acerca de las cosas que lo rodeaban y la noticia no era la excepción. Se imaginaba que él tenía que cuidar de su pequeña hermana de dos años, apenas y estaba empezando a hablar claro y no podía creer que se había quedado sin su madre. Él a sus once años era un niño inteligente y sabía que la vida no sería fácil sin su madre, le tocaría sacrificarse para que su hermana menor viviera en paz y en tranquilidad y sabía muy bien que su padre estaría tan inestable que ni siquiera les prestaría atención, por cobarde tal vez.

Pero poco después, la vida del rey se oscureció por completo, su hija había sido entregada en manos de su abuelo quién, se apoderó de ella creyendo que su padre era un inservible para poder hacerse cargo de ella, el anciano rey se apoderó de sus nietos prometiendoles una vida feliz y próspera.

Pero ese fue el error que en gran parte de su vida el rey lamentó. Pronto se corrió por los reinos vecinos que la princesa había muerto debido a una pulmonía que desde hacía meses la estaba atormentando. El rey no fue avisado el día del dichoso funeral debido a que estaba ahogado en alcohol por tantas desgracias que había ocurrido en su vida en tan poco tiempo.

Claramente cuando se enteró deseó acabar con todos y para comprobar, asistió al cementerio en donde vio el nombre de "Handan Hillary", su hija, escrita en la lápida. Entonces entendió que su vida se había terminado y que fue su culpa por no haberle prestado atención desde hace mucho, él la dejó morir y ese sería el peso que cargaría para toda la vida.

Al menos eso creía hasta que la vida le ofreció una segunda oportunidad a cambio de pelear nuevamente y esa vez sin atreverse a rendir.

 




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