Después de recibir la que suponía Josh era la última carta, decidió no abrirla hasta estar a punto de dormir. Sentía que eso le daba un poco más de tiempo y al ver su reloj que marcaba las 10:00 p.m. le hacía sentirse más a salvo que otros días.
Sonrió antes de abrirla. Está equivocado —pensó—. Esta vez no ganará nada.
Tomó lentamente el sobre blanco que ocultaba aquel mensaje que tanto le causaba temor. Aun con todas las frases que se decía así mismo sobre el haber ganado, sentía un leve miedo de que las adivinanzas fueran a otro nivel.
No es lo esperado, pero es realmente satisfaciente.
Nada de lo que hagas cambiará el rumbo del juego. Posiblemente sea una buena decisión, sí, puede ser. Pero eso no te hace mejor persona, sabes la respuesta. Lo sabes perfectamente.
Pero te has preguntado alguna vez, que tan dueño de tu vida y tu muerte eres. Es necesario esperar tanto.
No hay nada más dañino que las palabras ¿verdad? Así que esas publicaciones pueden significar algo más.
Duerme tranquilo.
El joven se removió de su lugar con la esperanza de quitarse esa mala sensación. Las publicaciones no eran tan malas, pensaba, no si no dicen claramente un mensaje especifico.
Trató de dormir toda la noche, sin embargo, fue inútil. Todos los intentos fueron en vano, el moverse de un lado a otro, el tratar de contar y perderse en el intento, el cerrar sus ojos esperando no sentir nada más.
Y después de una larga noche, el amanecer se asomó a su ventana. Eso hizo que se levantara de mal humor y se fuera a bañar antes de lo esperado.
Luego de un desayuno nada apetitoso y un camino largo a su instituto, se sentó en un lugar desagradable, el cual era el escritorio frente al profesor.
Era el único puesto libre y cuando estaba a punto de sacar su libro, se dio cuenta que había pasado más de seis horas del cuarto día y no tenía la más mínima gana de quitarse la vida; ni mucho menos había recibido alguna nota.
Al terminar las horas de clase, que esta vez Josh había sentido que pasaron demasiado rápidas. Sonrió al verse frente su auto, el día casi estaba terminando y no había ocurrido absolutamente nada fuera de lo normal. Más bien lo había pasado de maravilla sin ningún amigo del equipo de futbol y tampoco con el vecino raro de Jhonatan.
Soy libre —pensó y sonrió al instante—. Gané, gané el maldito juego.
Se dispuso a ir a casa, no había nada más que hacer; sin embargo, antes de salir se encontró con Alan en la puerta de salida al estacionamiento.
—Ganamos —dijo emocionado—. Cuarto día y nada, puede que ya no lo veamos.
—Eso suena bien —comentó algo decepcionado—. Aunque hubiese querido saber quién era.
—Tal vez algún día cometa un error y lo podrás encontrar. Tengo que irme, nos vemos mañana.
Hizo un ademan con la mano y salió casi a trotes. Sabía que su madre no estaba en casa, así que podía descansar cuanto quisiera y entre más tiempo era mejor.
Tomó el camino corto, sin apartar la vista del camino. Escuchó una llamada entrante y dejándola pasar, no sentía la necesidad de contestarla. Volvió a escuchar un par de veces más, le pareció algo insistente y la idea de que fueran sus padres cruzó por su mente.
Tomó el celular rápidamente, pero no reconoció el número así que contestó un poco molesto.
—Diga.
—La muerte no es algo que puedes escoger el día y la hora —susurró una voz ronca.
—¿Quién habla? —cuestionó.
Un leve ruido blanco escuchó en el teléfono seguido de una risa tenebrosa, que no logró identificar.
—¿Quién eres maldito estúpido? —insistió.
Sin embargo, el ruido de claxon lo sacó de sus pensamientos. Intentó frenar, pero era demasiado tarde una camioneta venía hacia él.
Sintió como el dolor le recorría su cuerpo. Un golpe tras otro y no pudo evitar ninguno de ellos. Y de pronto todos se volvió nublado.
***
El ruido de una ambulancia sobresalto a Alan, le hizo estremecerse. Por alguna razón, después de lo ocurrido con Sam; el joven había adoptado una serie de escalofríos al escuchar las sirenas de ambulancias.
Editado: 18.11.2020