Mia
La boda fue preciosa. Simple. Real. Íntima. Luna terminó dormida en brazos de James con la cara llena de chocolate. Mi madre se reía con Walter en una mesa decorada con margaritas. Oliver no dejó de mirarme en toda la noche, como si no creyera que todo esto estaba pasando de verdad.
Y yo… Yo estaba en paz. Por fin.
Cuando el último invitado se fue y las luces colgantes parpadeaban ya con menos fuerza, me senté sola en el jardín. Estaba agotada. Feliz, pero agotada.
Me quité los tacones. Cerré los ojos. Respiré.
Y entonces, el teléfono vibró.
Miré la pantalla. “Hospital Central”.
Sentí una punzada en el estómago. Esa llamada, después de tanto tiempo, solo podía significar una cosa. Deslicé el dedo. Contesté.
—¿Sí?
—¿Señora Mia Miller? —preguntó una voz al otro lado, formal.
—Soy yo.
—Lamentamos informarle que el señor Luke Johson ha fallecido esta noche. Hubo una parada cardiorrespiratoria repentina. No respondió a la reanimación.
Me quedé en silencio. No lloré. No temblé.
Solo respiré hondo.
—Entiendo —dije después de unos segundos.
La voz siguió hablando, ofreció detalles que no escuché del todo. Me dieron la opción de pasar por el hospital si quería. Respondí que lo pensaría. Colgué.
Guardé el teléfono en el bolsillo de la bata blanca que llevaba encima del vestido y me quedé allí, sentada, con los pies descalzos sobre la hierba. No sentí rabia. Tampoco alivio. Solo una especie de desconexión. Como cuando cierras un libro que no te gustó del todo, pero aun así necesitabas terminar.
Luke llevaba dos años en coma. Dos años ausente, después de haberse ido mucho antes. Dos años en los que Luna había nacido, dado sus primeros pasos, pronunciado sus primeras palabras. Y él no estuvo en ninguno. No podia decir que me doliera profundamente. La verdad es que el dolor se había ido hacía mucho tiempo. Después de todo lo que pasó, de las mentiras, del daño, de aquella oscuridad… había dejado de sentir por él. Y no me culpaba por ello.
Al día siguiente fui al hospital. Por respeto, por cierre, porque había sido parte de mi vida, aunque ahora me costara recordarlo con cariño.
Le dejé una carta…
“Te fuiste mucho antes de morir. Y yo también. Ojalá las cosas hubieran sido distintas, pero no lo fueron. Descansa, yo ya lo hice”
Toqué su mano por última vez. Y esta vez no hubo vacío. Solo un cierre. Una página menos y una vida más.
Cuando volví a casa, Oliver me estaba esperando en la cocina. Luna jugaba en el suelo con un peluche, me acerqué, lo abracé.
—¿Todo bien? —preguntó, susurrando.
—Sí —y lo era—. Se acabó.
El no preguntó más. No hacía falta.
Me besó la frente. Y yo, por primera vez en mucho tiempo, no sentí que me quedaba nada pendiente.