Mia
El funeral fue tan silencioso que parecía que nadie hubiera muerto. Ni flores, ni discursos. Ni quiera una foto suya junto al ataúd. Solo estábamos cinco personas. Su madre, que no dejaba de mirar el suelo. Su hermana, con gafas oscuras y una expresión de piedra. Una cura que no parecía conocerlo y por último Liam y yo.
Si… fui. No porque lo necesitara, ni porque tuviera algo que decirle. Fui porque, en algún momento de mi vida, él fue parte de ella. Y porque cerrar el círculo me ayuda a dormir por la noche.
Liam llegó tarde. Con gafas de sol ridículas, una chaqueta de marca y un puro en la mano que, por suerte, no endendió. Parecía más de fiesta que de luto. Se sentó justo detrás de mí y no tardó ni cinco minutos en soltar la primera estupidez.
—Bueno, al menos ha tenido la decencia de morirse antes de que la empresa se hundiera —susurró.
Yo apreté los dientes.
—Oye —dije sin girarme del todo—. si has venido a decir idioteces, podrías haberte quedado en casa.
—¿Idioteces? —se rió por lo bajo—. Vamos, Mía. No me digas que estás aquí por respeto. Tu fuiste la primera en largarte. Solo te falta una bolsa de palomitas.
Me giré entonces. Lo miré con esa calma peligrosa que llega cuando estás al borde de perder la paciencia.
—Al menos no vine a hacer chistes sobre el muerto.
Él sonrió con arrogancia. Esa sonrisa que siempre me dio asco—. Relájate. Me gané la empresa limpiamente. Era una apuesta, ¿recuerdas? Él aceptó. Yo gané. Que quieres que haga ¿llorar?
—Podrías fingir ser humano por media hora.
No dijo nada. Se encogió de hombros y se recostó en el banco como si estuviera en un concierto aburrido. La madre de Luke ni siquiera lo miró.
El cura leyó un texto que no hablaba realmente de Luke. Hablaba de “una vida que se apaga”, “de caminos que se cruzan” y “del descanso eterno”.
Nadie respondió. Cuando terminó, nos invitaron a acercarnos. La madre fue la primera. Dejó una rosa blanca sobre el féretro sin decir una palabra.
La hermana se limitó a asentir con la cabeza y retrocedio. Liam ni se movió Y entonces quedaba yo. Me acerqué, miré el ataúd. No sentí casi nada. Ni alivio, ni tristeza. Solo… distancia.
—Adiós, Luke —susurré—. Ojalá hubieras sabido hacer las cosas de otra manera.
No miré atrás.
En el aparcamiento, Liam se acercó una vez más.
—¿Sabes qué es lo más gracioso? —me dijo mientras sacaba las llaves de su coche deportivo—. Que al final yo acabé con su dinero, y tú con su hija.
Me detuve en seco.
—Luna no es suya.
—¿Estás segura?
—Más que nunca. y no vuelvas a hablar de ella. Ni una sola vez más.
Me subí al coche antes de que respondiera. Encendí el motor. Y puse música solo para no oír el eco de su voz en mi cabeza.
En el retrovisor ví cómo Liam se alejaba riendo, como si nada en el mundo pudiera tocarlo.
Y entonces supe que esa sería la última vez que tendría algo que ver con Luke Johnson. Ni él ni su sombra volverían a cruzarse en mi camino.