Cuando el sol se retira en su viaje diario,
y el cielo se viste de tonos suaves,
una promesa brilla entre las estrellas nacientes,
una esperanza que se eleva con la primera estrella,
donde el día entrega sus sueños a la noche.
En ese vasto lienzo, el joven contempla
un mundo aún por descubrir,
un futuro que, aunque incierto,
reluce con la luz de lo posible.
El cielo, en su infinita expansión,
guarda los deseos de todos aquellos
que miran hacia arriba con anhelo.
Entre las nubes que se desvanecen,
las semillas de la esperanza germinan,
creciendo como las estrellas
que llenan la oscuridad con su brillo.
Cada estrella es un faro,
una guía para los corazones que buscan,
para las almas que no se rinden.
Y aunque la noche pueda ser larga,
el cielo de esperanza siempre se mantiene,
como una promesa que nunca muere,
un recordatorio de que, incluso en la oscuridad,
la luz siempre encuentra su camino.
Así, bajo este cielo lleno de promesas,
él se entrega a sus sueños,
dejando que la esperanza lo guíe,
como las estrellas guían a los viajeros perdidos.
Porque en cada destello,
en cada estrella fugaz que cruza el firmamento,
hay una chispa de esperanza,
una invitación a seguir adelante,
a creer que mañana,
el sol volverá a brillar con más fuerza,
y que los sueños,
como las estrellas,
nunca dejan de arder en el corazón.