Verde. La tribu de los Quibicús

Crecimiento

Rafael cumplió lo prometido y junto a un grupo de cazadores de su confianza, emprendimos el viaje hacia la selva amazónica, cruzando poco a poco ciudades que hacían más de un siglo que no habían perecido, en cambio estaban poblados de despiadados caníbales.

Para nuestra suerte, Rafael había conseguido una tregua con la gran mayoría de los salvajes, al resto los evitamos a toda costa.

En las noches parábamos a descansar y a "comer", por mi parte ya hacía varios días que no tomaba las píldoras y aunque sentía hambre, mi cuerpo no estaba débil. Así que la mayor parte del tiempo la pasaba intentando descifrar el código del libro y cuidando del bonsái.

Cada vez que veía a estas personas comer, sentía que mi estómago se revolvía, era horrible sentir el olor a la carne y saber que provenía de seres humanos.

—Tienes que comer algo —me dijo Rafael levantando la ceja.

—No gracias, prefiero morir antes de convertirme en una...

— ¡Caníbal! —Dijo sonriendo con cinismo—. Tengo noticias nena, lo que estamos comiendo en estos momentos es camaleón, así que puedes dejar tu orgullo y súmate a nosotros, debes esta hambrienta, nadie puede pasar tanto tiempo sin comer y no estar famélica.

— ¿Camaleón?

—Uno de los poquísimos animales que existen en el mundo, no son muy abundantes, pero se les puede encontrar en el desierto. Manuel también está comiendo —me dijo señalando hacia donde él se encontraba y como siempre, volvió a mirar mi vestido, ya sucio y rasgado.

En realidad, no estaba hambrienta, pero supuse que mi cuerpo necesitaría algunas proteínas dado a que ya no tenía píldoras. El olor era algo intenso, pero no sabía del todo mal, era nuevo, pero no desagradable.

Rafael me miró nuevamente, sonrió, pero su cara tenía una expresión extraña como si él supiera algo que yo desconocía. Lo peor era cuando me miraba por encima del hombro, odiaba cuando lo hacía, pues no podía ni imaginarme que pasaba por su mente.

—Tu vestido —comenzó a decirme mientras jugueteaba con sus harapos sucios y viejos—. ¿Quién lo diseñó?

—Su nombre es César, nadie sabe con precisión quién es o si siquiera existe, pero es un genio, eso sí. — Le dije continuando con mi porción de camaleón.

—Hablas como si sintieras administración por él —me dijo casi sonriendo. Su mal olor no había disminuido, pero ya me había adaptado.

—Es alguien distinto, cuando miro este vestido lo que veo es a un ser humano que le interesa la naturaleza, alguien que realmente sabe dónde está su corazón. — Me quedé pensativa.

— ¿Estás bien?

— Si, es... — Suspiré. — Recordé a papá. Le encantaba ese diseñador.

Rafael sonríe de medio lado.

Mientras, los depredadores bailaban y cantaban haciendo todo tipo de ruidos extraños como si fueran animales. Los bailes y el canto eran una manera de expresar sus historias, todo lo que habían vivido durante sus cazas las cuales eran contadas como si fueran batallas épicas. Lo que más me llamó la atención fue la conexión que existía entre ellos. Hablaban y se relacionaban, en las ciudades era todo diferente, las personas hablaban a través de la red, los amigos eran aquellos que le daban like a todas tus fotos y compartían, incluso viviendo juntos no había conexión alguna. Las personas iban a bares a retratarse y poner las fotos en sus estados sin realmente disfrutar de la música. La vida social se había reducido casi por completo a las redes sociales. Sin embargo, estos salvajes aún tenían esa conexión. A veces veía cómo se sentaban unos encima de otros, cantaban canciones viejas, bromeaban y hacían todo tipo de cosas juntos.

"Quizás quiénes necesitan de un cambio somos nosotros que nos hemos convertido en esclavos de la tecnología."

Manuel se acercó luego de ver que Rafael se alejaba de mí con una sonrisa algo pícara.

— ¿Qué quería Rafael? — Me preguntó.

A contraluz podía ver un color diferente en su piel.

—Nada importante —le dije mostrando indiferencia—, al parecer le ha gustado mi vestido es solo eso.

—Bueno, era de esperarse —me comenta con la mirada perdida en el horizonte.

— ¿Qué? ¿Por qué?

—Hace años, cuando lo conocí, Rafael era diseñador. — Comentó mirando hacia él. — El mejor que he conocido y sus diseños por lo general tenían como temática la naturaleza y eran así de sencillos. Se convirtió en el modista más famoso de las ciento diez ciudades.

— ¿En serio? —le dije algo divertida—. Quizás él es el misterioso diseñador del que todos hablan en las redes.

—No lo creo, hace años que dejó el mundo de la moda —respondió ignorando el rastro de sarcasmo en mi tono.

— ¿Por qué? —pregunté más interesada.

—No sé, dicen que simplemente no quiso continuar, que se decepcionó de la sociedad y tuvo una crisis nerviosa luego de que uno de sus desfiles fracasó. No quiso volver a casa, por eso se refugió con los salvajes.

— ¿A casa? —Pregunté con asombro—. ¿Quieres decir que Rafael y tú no son nacidos en la ciudad?

—Es tarde Carolina —dijo evadiendo mi pregunta, se levantó y si voz se volvió más grave. — Deberías descansar, mañana será un día largo.

Mientras arreglaba el auto donde dormiría, una idea pasó por mi mente y esta vez sin rastro de sarcasmo «...y si Rafael era ese diseñador». No parecía saber nada de moda, pero antes había mostrado mucho interés en el vestido. Quizás era solo mi imaginación.

Alejé la idea de mi mente y luego otra apareció.

"¿Cómo lucirá Manuel sin la aplicación? Sus ojos parecen reales. Quizás no es tan horrible como estos salvajes, quizás luce mejor."

Me acosté en el auto y de nuevo su rostro vino a mi mente.

"No debe ser horrible, alguien con una voz tan..., sensual no debe ser tan horrendo. Ay por dios Carolina. ¿En serio estás pensando en él? ¿Estás sintiendo..., cómo le decían en la tv? ¡Ah sí! ¿Mariposas? No sabes nada de Manuel..., lo que único que sabes es que no es quien dice ser. Por lo tanto duérmete y asesina las mariposas, no es momento para que pienses en eso."




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