Verde. La tribu de los Quibicús

Envejecimiento

Aunque estaba convencida de la verdad, tenía que verlo con mis propios ojos, así que tomé uno de los cuchillos rústicos que los Quibicús utilizaban y corté mi antebrazo. Fue doloroso, pero no insoportable. Encontré lo que sospechaba, estaba llena de cables finos de color verde. Era una estructura perfecta, mi padre había replicado las venas y arterias a la perfección, también estaban los músculos y la piel, era tan real.

Abrí mi pecho lo suficientemente hondo como para apreciar la semilla dentro. Casi caigo al suelo del dolor, pero tenía que verla. Era increíble, bombeaba como un corazón y parecía enviar un líquido verde muy extraño, su color era brillante, era hermosa, la miré asustada, nerviosa y alegre al mismo tiempo.

Era una IA perfecta según mi padre, capaz de sentir amor y otras emociones.

Mi creador había ideado todo.

De mis ojos salían lágrimas que parecían reales y mientras corrían por mis mejillas, no podía dejar de preguntarme si mi padre me había amado realmente o si solo había sido un proyecto para él.

La piel artificial se regeneraba rápidamente por lo que, tanto la "herida" de mi antebrazo como la de mi pecho, sanaron inmediatamente. Estuve varias horas inspeccionando mi propio cuerpo. Podía llorar como un ser humano y la piel era sintética, pero de un material diferente, al tocarla parecía real.

En mi mente continuaba pensando que, si era una máquina había alguna manera de encender o activar esa parte de mí, aunque lejos del satélite sería muy difícil. Debía haber alguna manera de conectarme con la red. Continúe explorando mi propio cuerpo, pero no había nada que me ayudara a encender mi propio sistema así que pensé a lo mejor era un código, como mismo todas las IA tenían claves de seguridad, yo debía de tener una. ¿Cuál era mi código de activación? Esa era la pregunta del millón. Intenté con cientos de códigos de diferentes IA, utilicé de la primera generación, de la segunda y de la última, pero nada sucedió. Claro que esperaba que fuera así, mi sistema era único.

Salí de mi cabaña con el guardián que me habían encomendado. Sabía lo que debía hacer, pero necesitaría la ayuda de todos para poder llevar a cabo el plan, incluso la ayuda de Boj. Sin embargo, antes debía hallar la clave que activaría mi sistema pues una idea comenzaba a cocinarse en mi cabeza.

—Gran Jefe —me acerqué casi llorando, pero esta vez no de tristeza, o quizás sí—, descubrí quién soy.

—Entonces ya sabes —me dijo con cierta satisfacción.

—Creo que siempre lo supe —respiré profundamente—, así como usted también lo supo siempre.

—Tu padre era un hombre muy inteligente —sonrió.

—Necesito enmendar el daño que la humanidad ha hecho —hice una pausa—, esa es mi misión. El gran jefe me sonrió nuevamente y preguntó qué necesitaba. —Primero... —le contesté secando las lágrimas y llenándome de ánimos—, necesito el código de activación de mi sistema. Me sonrió ampliamente.

—La clave es tu nombre —me dijo como si fuera obvio—, tu verdadero nombre.

— ¿Mi nombre? —le pregunté enigmática—. ¿Cómo sabes eso?

—Creo que sabes la respuesta...

—Óscar, él planeó todo. ¿Hace cuánto estuvo planeando esto?

—Desde el momento en que abriste tus ojos y llegaste a esta vida — afirmó—Nos enviaba mensajes con Crotón. Una vez al mes.

—Creía que Crotón estaba desterrado —comenté sin pensar, pues sabía que este tema causaba dolor en el gran jefe.

—Y así era —se perdió en sus propios pensamientos—, pero no dejó de creer en nuestra causa. Cada mes enviaba a un mensajero con información de Óscar. Hace más o menos un año dejó de hacerlo, pues tu padre ya no enviaría más noticias. Sospechaba que estaba siendo vigilado por la compañía. El primer mensaje fue tu nombre y la explicación de qué y quién eras.

—Entonces —pregunté ansiosa—. ¿Cuál es mi nombre?

— ¡Verde!

— ¿Verde? Es raro, me gusta.

En cuanto pronuncié el nombre una serie de códigos aparecieron en mis ojos, y aunque nunca los había visto, los entendía a la perfección.

— ¡Es increíble! —expresé impresionada—. Incluso acá puedo conectarme con la red. Tenía acceso a todos los archivos que existían, a todas las máquinas de las fábricas de mi padre.

Estuve indagando unos minutos en los archivos y emails de Óscar solo por curiosidad y también por añoranza. Entre sus cosas había vídeos de Carolina, la verdadera Carolina de pequeña; pude ver el brillo en sus ojos que antes en los hologramas había visto. Dalia era hermosa también, tal y como la recordaba o al menos como se veía en los recuerdos que me habían implantado. Ciertamente era una bella familia.

Entre sus archivos había uno llamado "Corazón" y en cuanto lo abrí descubrí algo que no me pareció para nada una sorpresa, resultaba que mi padre era parte del movimiento anti fábricas, de manera indirecta ayudaba a la organización con suministros y demás artículos necesarios. A veces convocaba desde el anonimato a una huelga o manifestación.

Mientras veía estos archivos, una idea se asomó en mi cabeza, el plan perfecto para llegar hasta la máquina de mi padre.

Necesitaría la ayuda de los Quibicús, los manifestantes, Crotón e incluso de Boj.

Los indígenas no dudaron en dar el paso al frente, todos estaban dispuestos a sacrificar sus vidas. Los más fuertes y dotados en el arte de controlar las plantas serían los que me ayudarían a despistar a los soldados.

Antes de ir a la batalla, necesitaba hackear el sistema de la compañía para inutilizar sus armas láser y trajes especiales, no podría ser por mucho tiempo, pero sería el suficiente como para que un grupo de Quibicús recuperara el artefacto. Para lograr acercarme y hackear su sistema necesitaría la ayuda de Boj, puesto que él sabía cómo defenderse de los soldados, conocía sobre este mundo y su conocimiento me sería de ayuda pues sabía que él podía idear un plan. Corrí hacia la cárcel.

— ¿Tú? —me dijo en cuanto me vio. No era el mismo, sus ojos azules habían perdido el brillo y la piel lucía opacada, parecía más flaco y la barba lo exponía viejo y haraposo.




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