Verdugos

VERDUGOS

VERDUGOS

KYRAN CHANDRA

Eran tiempos acelerados, pasaban tan rápido que no era posible llevar su cuenta con eficacia, la matemática no lograba dar ni una pizca de sentido a una carrera sin dirección ni meta. La sombra de la muerte, de la peor, la de inocentes, volaba sobre la humanidad y en mi pueblo, frente al congreso, las mujeres de las pañoletas verdes gritaban, maldecían y hacían pintas, por el derecho a decidir sobre sus cuerpos y muy probablemente sobre sus conciencias; a esta ola se unían las que usaban pañuelos morados, exigiendo con justicia “ni una más”.

Sin embargo, por esta vez un error de oficina había impedido que se dictara la ley del aborto, muchos pensaron que era burocracia, pero personalmente creo que fue la mano de Dios.

¿Qué otro delito existe que vuelve al amor un acto de asesinato, a la víctima un verdugo?… sólo el aborto. Por lo menos yo no encuentro otro.

  • Nunca he estado de acuerdo con el aborto. En algún momento de mi vida pensé, que si la vida de la madre corría peligro, era correcto deshacerse del producto; pero con el tiempo he comprendido que para tomar ese tipo de decisión no se pueden dictar normas, no se puede comparar una vida con otra, ni juzgar, ni decidir por procedimiento; no se puede dejar en manos de una ley hecha a modo, lo que es cuestión de conciencia, de derecho, de justicia real… no de aquella que se inventan los poderosos, los políticos que cambian sangre por votos, vida por muerte. Mi profesión de médico cirujano me ha permitido intervenir a muchos pacientes. La verdad prefiero los trasplantes, porque por mis manos corre la esperanza. No me gustaría que me obliguen “por ley” a asesinar a un nonato, contra mis creencias, contra mi fe, traicionando mi propio entendimiento.

Esta era la manera en que Daniel expresaba su opinión ante sus compañeros, era un médico de casi cuarenta años, sofocado por una sociedad conformista y manipuladora, enamorado de la ciencia, pero sobre todo de la vida. En apariencia era algo desaliñado, poco formal, pero todo lo compensaba con su noble entrega y profesionalismo. Su sentido del trabajo bien hecho y del deber le habían llevado a rentar un cuarto cercano al Hospital Urbano, no podía perder tiempo ni en el transporte, así que su mundo era reducido, rodeado de vida y en ocasiones de muerte.

***

En plena avenida caminaba aquella turba, las mujeres de las pañoletas verdes y moradas habían seguido su marcha, su movimiento impedía al personal entrar al hospital. Marina una recepcionista se deslizó entre ellas, necesitaba llegar a su escritorio. De pronto una joven, casi una niña con el rostro cubierto por el paño verde se apostó frente a ella para llamar su atención.

  • Por favor ayúdame ¡no lo quiero, no puedo cuidarlo! –señalando su vientre con las manos, mientras su rostro mostraba desesperación.

Marina la miró y siguió su camino, apenas llegó a su lugar, guardó su bolso y comenzó a registrar los medicamentos que llegaban a la bodega de la farmacia. Escuchaba en las noticias, que los padres de los niños con cáncer planeaban manifestarse como las de las pañoletas, pero lo que ellos pedían eran medicamentos para sus hijos, para salvar la vida de sus pequeños.

  • Cómo es posible que casi al mismo tiempo estos grupos se manifiesten por cosas tan distintas frente al mismo lugar –pensaba Marina.
  • ¡Otra vez no podremos salir ni a comer! –murmuraba, entre dientes, en el tercer piso Daniel.

Como siempre, parecía malhumorado, apretaba los puños mientras se alejaba de la pequeña ventana que apenas dejaba ver la calle, inundada de un color verde-morado y cimbrada por gritos de queja y descontento. Bajó por las escaleras, sin poner mucha atención a lo que ocurría a su alrededor, pero no pudo dejar de notar a dos mujeres que hablaban en el último escalón, una de ellas era Marina, que trataba de consolar a la jovencita con el paño verde en la cabeza, quien minutos antes había ganado su interés.

El doctor le miró desconcertado, molesto respiró profundo y tomando por el brazo a Marina, le susurró al oído.

  • ¿Sabe usted? puedo reportarla a la Dirección –y acercándola con fuerza leyó su gafete en voz alta– su nombre es Marina Durán. Apoyar a los abortistas es todavía ilegal ¡gracias a Dios!...

La joven sólo atinó contestar con un gesto de desconcierto e incluso de desagrado. El hombre finalmente la soltó, casi arrojándola sobre la otra mujer mientras se alejaba rápidamente; sin embargo, no dejó de verlas hasta que moviendo notoriamente la cabeza de lado a lado expresó su desaprobación.

  • No hagas caso, te invito algo de tomar en la cafetería –le decía Marina a la muchachita, mientras respiraba profundo para tranquilizarse a sí misma.

Sentadas, ya con una botella de agua en las manos, las dos jóvenes conversaban como si fueran amigas de toda la vida; parecían dos estudiantes que comparten tareas.

  • ¿Por qué vienes con esas mujeres? –se interrumpió para regalarle una breve sonrisa, mientras extendía su pequeña mano– mi nombre es Marina ¿tú cómo te llamas?
  • Soy Lucy y necesito abortar.

Entre sollozos y apretando la botella de agua, la menuda mujercita de cabellos rizados explicó a Marina una historia como hay tantas, de amor juvenil y arrepentimiento.



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En el texto hay: provida, alternativa, trasplante

Editado: 24.07.2023

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