Los Llanos, Veracruz.
Nueve días después.
El carruaje avanza lentamente por el intrincado camino repleto de maleza y tierra húmeda. Ha llovido a cántaros toda la semana desde que arribé al puerto y, a juzgar por los vientos y las nubes oscuras, no creo que el mal tiempo pase pronto.
De mi bolso, saco la carpeta que el capitán me entregó. Al abrirla apenas puedo notar algunas hojas sueltas con poca información y pedazos que han sido rasgados de los periódicos de la localidad. Cada encabezado lleva títulos similares:
"Sucesos paranormales en Veridian Highs", "Avistamientos de espectros en localidad minera", "Comunidad inglesa experimenta sucesos sobrenaturales", "Acontecimientos de ultratumba en pueblo aledaño a Los Llanos".
La exageración de la gente es sorprendente. Cada título es más absurdo que el anterior.
Me recuesto contra el asiento, dejando de lado las notas. Si el capitán tiene razón y son solo ocurrencias de la gente, sería una tarea muy simple: investigar a los autores de los periódicos, desmentir sus insinuaciones y cobrar alguna recompensa. Estaría de vuelta a la ciudad en menos de una semana, y si el dinero era suficiente, podría pagar parte de mis deudas.
Aquella suposición me brinda cierta tranquilidad, saber que al menos una parte de mis pesares se borraría de mi lista de pendientes era calmante. Incluso si todo salía bien, podrían darme algún otro cargo dentro de la policía. Ojalá.
Noto como el carruaje va ralentizando su andar, el trote del caballo también disminuye. Por la ventana puedo advertir algunas casas y la cúspide de lo que parece ser un campanario. El silencio invade el lugar pues ni el trinar de los pájaros se oye, algo inusual para un lugar rodeado de vegetación.
El cochero empieza a tirar de las riendas de los corceles hasta detenerse frente a un arco indicando lo que parece ser la única entrada al pueblo. La estructura construida en mampostería se encuentra deteriorada, sus pilares con volutas y decoraciones barrocas permanecen desgastadas como si desde el siglo pasado nadie se preocupara por el estado en el que se encontraba.
Abro la puerta del carruaje y bajó rápidamente, acercándome un poco más. En la parte superior, con letras borrosas, se lee el nombre del lugar: Veridian Highs.
La mezcla del idioma anglosajón resalta frente a la de los pueblos aledaños en Veracruz. Durante mi estancia en el puerto, empecé a buscar información sobre este lugar, terminando así en el Barrio francés.
No hay mucho de que hablar, Los Altos de Veridian fue fundado hace más de medio siglo por una familia de inversores ingleses, los cuáles permanecieron en el lugar para hacer negocios. Se establecieron cerca de las minas para asegurarse de la extracción de minerales, y con el tiempo, más gente comenzó a llegar debido a la buena reputación que mantenía la comunidad. Hoy en día solo quedan sus descendientes y las minas siguen funcionando bajo el control de la familia Seymour.
Nadie mencionó los sucesos recientes. Supongo que el gobernador ha logrado mantener todo en secreto.
—Debemos continuar antes de comience otra vez a llover. —dice el cochero a mis espaldas por lo que me apresuro a entrar nuevamente.
Cruzamos el arco adentrándonos a un sendero despejado. A la lejanía se distinguen algunas casas y la edificación de una capilla se hace más grande conforme nos acercamos. Hay gente montando a caballo y niños jugando en lo que parece ser el recinto central. Las tiendas de conveniencia permanecen abiertas ofreciendo sus productos a todos los que por ahí pasan.
A simple vista, nadie pensaría que toda esta gente está paranoica por simples rumores. Sin embargo, el capitán no mentía sobre el capital que aquí se podía obtener, todos parecían provenir de buena cuna.
—¿A dónde debo dejarlo, señor? —pregunta el cochero.
—Trata de buscar algún alojamiento cercano. Si esta es la plaza central del pueblo, debe de haber sitios de hospedaje.
El hombre asiente y mientras el carruaje recorre las calles empedradas, trato de distraerme un poco escribiéndole a mi esposa pero en ese momento me detengo. Quiero que todo salga bien, que después de esto podamos volver a rehacer nuestras vidas como se lo prometí en el altar, pero no deseo brindarle esperanzas inciertas.
Espero que tratar con esta gente sea tan sencillo como el capitán me lo hizo ver.
—Mi señor, —llama el cochero nuevamente— acabo de advertir una posada cerca de aquí.
—Apresúrate entonces.
El carruaje avanza un poco más rápido hasta que la lluvia se suelta sobre nosotros.
Carajo.
Todos los que estaban presentes en la plaza comienzan a escapar de la llovizna que poco a poco se intensifica. Bajo deprisa del carruaje hasta la entrada de la posada donde permanece un techo sobre colocado en la entrada.
La Casona de Margarita. Un nombre acogedor.
En cochero se me une no queriendo empaparse el atuendo. Llamo a la puerta y al tercer toque un hombre nos recibe.
—¿Qué hacen aquí afuera? — pregunta antes de dejarnos pasar. Un amplio corredor alfombrado en burdeos nos recibe con un interior amaderado, parece ser un recinto agradable.
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Editado: 19.12.2025