Pretendía pasar una noche tranquila, después de todo, era mi bienvenida a Veridian Highs. Saber que había ocurrido un asesinato en este lugar solo complicó las cosas. ¿Esto también se hallaba ligado a los sucesos recientes en el pueblo? ¿También debería investigar lo ocurrido? La respuesta era clara: la visita, estimada por una semana, se extendería un poco más.
Al conocer mi identidad, el hombre se mostro más seguro. Se presentó como Leonardo, su familia era dueña del hotel y del bar a la vuelta de la esquina. Intenté indagar más, recopilar información del fallecimiento del señor Seymur pero lo que conocía podría encontrarlo en cualquier periódico del momento.
Supongo que, si quería saber más, tendría que interrogar personalmente a la familia.
Leonardo nos invitó a tomar algo, pero el cochero se negó y solicitó mejor una habitación para descansar pues mañana volvería al puerto. Se disculpó con nosotros y cuando le entregaron las llaves, desapareció por las escaleras.
El hombre me invitó al comedor y pidió que sirvieran la cena.
—Espero que le guste la barbacoa.
—No tengo problema con la carne, gracias.
Algunas mujeres entran al lugar llevando platos con el guiso y más acompañamientos: papas asadas, ensalada, cacahuates, frutas de temporada. Desde que terminé en banca rota no he probado ninguna comida decente, sentir el aroma de la barbacoa me devuelve a la vida.
—Provecho. —agrega Leonardo antes de entregarme un plato.
—Muchas gracias.
Pruebo un poco y no puedo evitar pensar en mi madre; justo así sabe su cocina. Como un poco más antes de retomar la conversación con Leonardo.
—Supongo que ha oído los rumores que corren en el pueblo —comento, esperando que los confirme o los niegue, aunque lo último se me hace difícil de creer. Siendo alguien que también administra un bar, ¿cómo no estaría al tanto?
—¿Habla de los chismes de fantasmas?
—Así es.
—Creo que depende del tipo de persona que sea.
—¿Disculpe?
Leonardo termina con sus papas antes de responder.
—De si uno cree o no.
—Si le soy honesto... me cuesta pensar que un muerto pueda alterar a tantas personas.
—Creencia colectiva —dice—, muchas veces alimentada por los medios.
Estoy de acuerdo. Muchos periódicos se aprovechan de situaciones como estas para maximizar sus ganancias.
—Entonces confirma que son mentiras —digo. Para mi sorpresa, niega.
—Como dije, depende de cada quien.
—¿Y usted? ¿Cree?
—Creo en la maldad de la gente. —Bebe un poco de agua antes de continuar—. Los vivos cargamos con un propósito. Cuando estamos por morir, pensamos que ya lo cumplimos. Supongo que, si existieran los fantasmas, sería igual: algo pendiente no los deja descansar.
—¿Es devoto?
—La gente necesita creer en algo —responde—, o pierde la cabeza.
Sus palabras me dejan pensando, y como él, reanudo mi comida. El ambiente permanece tranquilo por un momento antes de que las mujeres vuelvan para levantar la vajilla sucia.
Leonardo me acompaña al vestíbulo donde me entrega una llave con patrones intrincados, es muy bonita, casi parece una reliquia.
—Los muchachos han dejado sus maletas en la habitación 36. Si necesita algo más, hay campanas que se encuentran afuera cerca de las puertas. Tire de los listones que cuelgan de ellas para llamar a la servidumbre.
—De acuerdo, se lo agradezco.
Me doy la media vuelta pero el hombre me detiene para entregarme una botella de whisky, justo como la que el capitán bebía el día que me encontró en el bar.
—Un obsequio de la casa. Le agradecemos el inmenso trabajo que ha venido a hacer.
Tomo la botella, el líquido ambarino de whisky es tentador, pero me resisto.
—Solo hago mi trabajo.
Trato de devolverla pero Leonardo insiste antes de irse a atender a los nuevos visitantes que han entrado por el porche. Meto la llave al bolsillo de mi pantalón y con la botella en mano me dedico a subir las escaleras.
Es hasta el tercer piso cuando advierto una placa con los números de las habitaciones que hay; abarca del treinta y uno al cuarenta.
Camino por el amplio pasillo vestido con alfombra hasta encontrar mi habitación. El número 36 se encuentra inscrito en una placa de metal. Retiro la llave de mi bolsillo y la introduzco en la cerradura.
Click.
La puerta se abre al girarla la llave donde me recibe una habitación iluminada por candeleros en los muebles y una cama perfectamente tendida. Apenas entro, cierro la puerta detrás de mí, me acerco al escritorio pegado a la pared para dejar ahí la botella y remplazarla por una veladora.
La llama temblorosa deja a la vista un armario de gran tamaño, cerca de ahí, reposan mis baúles. Las paredes se encuentran cuarteadas, la pintura vieja se despega de algunas zonas y deja a la vista grietas. La cama se encuentra cubierta de una colcha de un color beige lo bastante gruesa como para abrigar al huésped de cualquier helada nocturna. No pensé que en esta zona la temperatura bajara considerablemente.
Es sencillo pero funciona.
Vuelvo a los baúles, abro uno y retiro la carpeta con documentos. Me acerco a la mesa donde aguarda un vaso de vidrio que planeo ocupar para servirme un poco del whisky. Extiendo algunas hojas ordenando los reportes y notas de periódico sueltas, intentando conectar la información que llega por montón.
Diferentes artículos remarcan sucesos dignos de cualquier historia de espantos. Nada llegó de la nada, los problemas solo fueron aumentando. Primero cosechas sin frutos o con plagas, mal clima y un extraño comportamiento en las aves. Luego todo comienza a escalar con avistamientos recurrentes de espectros por varios en la comunidad hasta alcanzar la muerte del ganado y personas.
Las palabras de Leonardo resuenan en mi cabeza, ¿quizás una mala racha en el lugar? No quiero juzgar antes de tiempo ni caer en propagando ridícula que solo busca asustar a ingenuos.
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Editado: 19.12.2025