Harry se refregó los ojos y soltó un leve quejido por el horrible dolor de cuello que tenía. Se había dormido contra la base del lavabo, restos de lágrimas dificultándole ver bien.
No le sorprendió haberse despertado por una pesadilla.
Había sido sobre un mundo dentro del suyo, pero algo era diferente; los días eran un nuevo capítulo y salir estaba restringido.
No era su hogar, pero Harry vivía allí. Su hermana y sus padres no estaban, y estaba rodeado de extraños con tétricas máscaras, cada uno intentando apuñalarle.
Aquellos seres vivientes que quizá eran vecinos eran cual Tarquinio, vociferando en un idioma extraño que harían lo que sea por destruirlo, incluso cuando Harry no conocía aquel idioma, les entendía.
Poseían una soberbia que hasta los dioses más engreídos hubiesen sentido cómo competencia.
¿Qué eran aquellos nuevos sentimientos?
Cada ‘’auxilio’’ que pedía era un paso más cerca de un posible trágico destino; cada llamado era una excusa para que estos bastardos se acercaran sin dudar.
Él era solo un pequeño humano que vivía distinto y que su ropa blanca lo diferenciaba.
¿Se diferenciaba de los cobardes enmascarados por estar vulnerable? ¿Por ser la presa?
¿O porque poseía algo que los intimidaba?
Nada a la vista.
Algo dentro suyo le decía que aquel sentimiento de una posible superioridad presente no era por los extraños
Era por él.
Harry se quedó estático mirando fijamente el suelo y pensando en aquel sueño, hasta que luego de varios minutos se levantó del suelo y abrió el grifo, lavándose la cara y enjuagándose solo con agua la boca.
Volvió a su habitación y se acercó al escritorio para apagar la computadora y agarrar su celular.
Eran las tres de la mañana, según el reloj que Louis tenía sobre su mesita de noche. Tenía varios mensajes de Joanna, preguntándole cómo estaba, si sabía algo más de Louis y si quería compañía.
Harry la maldijo en varios idiomas y bloqueó su número.
No, no estaba pensando con claridad y quizá no tenía la culpa de nada, pero prefería dudar hasta que le dijeran que no fue ella. Su ansiedad le decía que era lo mejor que podía hacer.
Se levantó con dificultad, ya que su cabeza comenzó a doler horriblemente, como si tuviese resaca a pesar de no haber bebido nada.
Rebuscó en el kit sanitario que tenían bajo la cama, pero ya no quedaban analgésicos ni nada parecido, solo había vendas, cintas y banditas.
Suspiró con molestia buscando sus zapatillas y algún abrigo. Había una tienda que siempre estaba abierta (literalmente, era un veinticuatro horas). No pensaba dormir para solucionarlo, no pensaba dormir de nuevo.
Buscó sus llaves y salió del apartamento, encaminándose a las escaleras ya que no valía la pena llamar al ascensor por dos pisos.
Tuvo que tomarse un momento cuando sintió como sus ojos se ponían involuntariamente en blanco y mil imágenes pasaban rápidamente.
Solo pudo distinguir una por lo colorida que era.
-Hey, Evans, ¿Estas bien? – Preguntó el recepcionista al verlo detenerse tan súbitamente – ¿Has estado bebiendo?
-No, solo me mareé.
- ¿No es un poco tarde para salir?
-Sí, pero ya no quedan analgésicos así que… - El hombre asintió y abrió la puerta con un botón.
Por suerte, aquella tienda no quedaba demasiado lejos.
Lo recibió una chica de largo cabello rubio y ojos claros, lucía como una modelo. Lucía aburrida, ¡Y cómo no! Trabajar de madrugada no parecía algo demasiado divertido.
- ¿En qué puedo ayudarlo? – Preguntó, intentando sonreír genuinamente.
- ¿Aquí venden analgésicos?
-Sí, ¿Alguno en especial?
-El de menor precio – Respondió, bajando la cabeza para buscar su billetera.
-El de menor precio es en polvo, ¿Está bien? – Harry asintió, tomando una pequeña botella de agua de uno de los refrigeradores detrás suyo.
- Serían cuatro libras – Anunció la chica luego de calcular los precios. El rizado pagó y le agradeció a aquella chica, abandonando el lugar.
Abrió la botella de agua y puso aquel polvillo adentro con sumo cuidado. Harry rio, pensando en lo que diría Louis si lo viera comprar un analgésico en polvo.
Lo mezcló suavemente y dio varios sorbos, siguiendo su camino al apartamento.
Se detuvo cuando comenzó a sentir que iba en el camino equivocado. No reconocía muy bien las casas, e incluso luego de ver a Bianchi salir, no supo por qué se sentía tan desorientado.
Es decir, sabía dónde estaba, pero al mismo tiempo no. Era como si viese el mundo a través de una cámara, y no de sus ojos.
Su vista era borrosa, pero buscó en sus bolsillos el paquete de los analgésicos. ¿Quizá era muy fuerte?