Desde mi balcón logro ver un camino, allá en el fondo de la pintura que adorna mi vista. Está cercado con madera blanca... solo por un costado, pues el otro se encuentra sostenido en la espesura del bosque que inicia su extensión hacia el norte. Antes era difícil divisarlo, estaba oculto por los grandes árboles que se extienden al pie de mi casa; apenas y lograba ver la blanca madera brillando entre las hojas.
Una tormenta se llevó aquellos árboles, fue una tormenta dura. La quebrada creció con fuerza, el viento gritaba y uno de los árboles terminó dormido sobre el techo de mi hogar. Días después me di cuenta de que ya podía ver el camino con total claridad, está mucho más cerca de lo que pensé. Aun así, no ha perdido su misterio. Sé dónde comienza, pero no dónde termina. ¿Hacia dónde llevará?
Pocas veces he logrado divisar gente transitando por él. Parecen sombras, individuos que van y vienen sin dejar ningún rastro de quienes son, quienes fueron o quienes serán.
Aquel camino ha sido testigo de una y cada una de mis transformaciones. Ni yo ni el camino somos los mismos, eso es seguro. A veces pienso que hay otra yo allí, sobre el camino, observándome, analizando mis movimientos y pensamientos. La vida cambiaría radicalmente si llegara a estar sobre el camino, más aún si lo caminara en toda su longitud. O el misterio se esfuma o el misterio incrementa, no hay punto medio. Conocería otra perspectiva de mi casa, otros ángulos, vería mi habitación desde afuera, como un búho espectador. Quizás lograría divisar a la yo que soy ahora, podría verla llorar, reír, cantar y bailar. Seguramente, en algún momento, así como se siente un leve suspiro en la nuca, ella sospecharía que no está sola, que siempre ha estado acompañada, porque yo siempre he estado en aquel camino sin saberlo, pausada, levitando, esperando a reunir las suficientes fuerzas para sacudir mis prendas y elegir, por fin, el camino, la dirección de la vida misma.
Quizás cuando aquel momento llegue, la yo que habita la casa también habrá reunido él coraje para saltar por el balcón y sumergirse en el verde césped, entre las raíces, nadando hacia el punto de encuentro con la yo que aguarda en el camino, un punto que aún hoy desconozco, pero que reunirá todo aquello que anhelo ser.
No estoy segura de cuánto tiempo tardará en cumplirse la profecía que aquí proclamo, ojalá no mucho tiempo, pues mis tripas se han endurecido y su carga es cada vez más pesada. Por el momento, creo poder sobrevivir a los leves rayos del sol que se cuelan por mi balcón y bañan mi cuerpo desnudo… aquel balcón en donde siento el camino cercado de madera blanca, el camino que palpita con el bosque.