7 de Junio 2015
Para: La Tía Cassandra
De: Naguell Callwer
La presente es para expresar que no sabría cómo empezar a responder tus recientes preguntas, ¿Qué quiero ser? ¿A qué voy a dedicarme? ¿Aspiro a grandes objetivos? Son muchas cosas en las cuales debo pensar. Es decepcionante, lo sé, estás acostumbrada a tratar con personas directas que saben perfectamente a donde van. En cambio, yo sólo estoy fingiendo saberlo hasta que la respuesta caiga mágicamente del cielo. “Irresponsable” seguramente me dirías si lo habláramos personalmente. Por eso decidí dejarte esto por escrito. Mientras me gustaría ser un poco sincero contigo, contarte de manera clara cuales serán mis metas a corto plazo, quizás eso alivie un poco tus preocupaciones respecto a mí.
Lo primero es que justo ahora estoy abordando un avión rumbo a Estados Unidos, quiero dejar de sabotearme a mismo bajo la excusa de la pobre percepción de mis cualidades e intentar descubrir el potencial del que tanto solían enorgullecerse mis padres. Aclaro no fue una determinación tomada de la noche a la mañana, bien conociste a la versión cohibida de mí, a ese chico de cabello negro cubriéndole los ojos azules, usando lentes rectangulares, el rostro surcado por cráteres de acné, cuerpo flácido, la piel grisácea a falta de tomar sol y una timidez gigantesca a la hora de expresar sus pensamientos. Creo que sería una imagen difícil de olvidar, considerando la descripción.
Ese Naguell Callwer tuvo un primer año de preparatoria sumamente agitado. Ingresó a una institución prestigiosa esforzándose en pasar las pruebas de admisión, planteándose construir un futuro prometedor si algún día descubría cuál era su verdadera vocación. Así al menos tendría la facilidad de aspirar a buenas universidades si mantenía el ritmo académico. Esa era la parte sencilla de su vida, lo realmente complicado resultó ser que los estudiantes adinerados que solían molestarlo en la secundaria tuvieron una idea similar e ingresaron a Daymond Parks pagando la costosa matricula. En cuanto coincidimos, mis días se convirtieron en lo que podemos definir banalmente como el verdadero infierno.
Esto sucedió en una tarde de mayo del año 2015, a mis dieciséis años, estaba asistiendo a mi última semana del primer año de la preparatoria. Decidí saltarme el almuerzo debido a mi inexistente disposición de luchar contra mis precarias habilidades culinarias. Mis ánimos seguían decaídos, algo habitual en aquellos días viviendo solo, recuerdo el cansancio físico y mental de pasar horas despierto durante la madrugada sintiendo la fuerte necesidad de abandonarlo todo. No obstante, me obligué a asistir a clases de Química, debía entregar un proyecto que definiría gran parte de mi calificación en esa materia si quería conservar la beca.
Cuando ingresé al salón, el profesor todavía no llegaba, probablemente estaba buscando su carpeta en la oficina de profesores. Los asientos delanteros se encontraban ocupados en su mayoría, lo cual me obligó a ir a las últimas filas sintiéndome observado y juzgado por mi vestimenta holgada. La única que disponía, camisas unicolores de mi padre y sus pantalones vaqueros dos tallas más grandes de las que acostumbro. Mi ingreso monetario no me permitía costear más que la comida y los impuestos de los servicios domésticos.
Me senté cerca de las ventanas esperando ser ignorado. Pero cuando eres el objetivo de personas que encuentran satisfacción humillando, insultando o simplemente importunando, no importa cuanto lo intentes. Siempre darán contigo, te acribillaran esperando que les ruegues detenerse y eso los motivaría a continuar. Con ellos me refiero a los veinte pares de ojos que hicieron contacto visual conmigo, sonrisas burlescas, amenazas señaladas, frases hirientes susurradas. De eso se encargaban mis compañeros de clase.
Quienes los incitaban eran Brack Marshall, el capitán del equipo de fútbol americano. Junto a Guideon Marcus, su mejor amigo y Dominick Harly, un atleta destacado de gimnasia olímpica, también los acompañaba su novia, Maira Silvana, quien se abstenía de participar en mi tortura diaria. Te confesaré que siempre estuve embelesado por su belleza inigualable a sabiendas de que quizás le sería imposible corresponder mis sentimientos algún día, pertenecíamos a mundos distintos.
Los cuatro conformaban un grupo selecto conocido como la Elite Daymond, proclamándose los mejores de la pirámide académica y monetaria. Controlaban bajo manipulación la vida de los otros estudiantes.
Me senté asustado de su intimidación, busqué cualquier material de lectura dentro de mi mochila que me permitiera distraerme de sus indirectas poco disimuladas. Transcurrieron largos minutos, ellos insistían cada vez más lanzando bolas de papel repletas de insultos, algunos se animaban demasiado llegando a golpearme con sus libros de estudio. Mi cabeza comenzaba a doler un poco como si de un martilleo se tratase, el olor a tiza se filtraba por mi nariz y gotas de sudor resbalaban de mi nuca a la espalda siendo señales evidentes de que el ataque de pánico iba in crescendo.
Entonces, como si la situación no fuera lo suficiente estresante, Brack Marshall llegó a mi mesa, me miró fijamente esperando una reacción de mi parte. Lucía molesto, no, en realidad estaba lleno de ira. Podría describirlo claramente dentro del líquido marrón de sus ojos. Me sujetó del cuello de la camisa obligándome a ponerme de pie, daba la impresión de que no fuera a mí a quien realmente quería lastimar, su gesto estaba un poco desencajado. Por un momento pensé que se detendría pero me equivoqué.