Samantha
“Las mariposas son más fieles al viento que a la flor” solía decírmelo una vieja amiga de un país remoto, me costaba captar la definición real de su frase porque yo era demasiado conforme e ingenua. Creía que la vida me había dado todo lo necesario para agradecer mi suerte, no estaba permitido exigir más, la lista de requisitos para ser alguien devoto a las exigencias sociales se cumplió.
¿Buena familia? la tengo. ¿Dinero? se multiplica. ¿Estudios privilegiados? hay diversidad de elección. ¿Amigos? los mejores. ¿Ropa y alimentos? Basta con mirar catálogos o llamar a la tienda.
Cualquiera diría que no hay de qué preocuparse o afligirse cuando en realidad quieren expresar “no tienes derecho a sufrir habiendo seres más desdichados”. Es justo en ese instante que las palabras empiezan a brotar de mi boca, la necesidad de gritarle a ese cualquiera juzgándome ¿Qué vas a saber tú cómo me siento? ¿Quién te crees para decidir por los demás? Si nos pusiéramos a minimizar el dolor con una escala mundial seriamos abnegados cada minuto de nuestra vida. Siempre habrá seres humanos con un destino peor o mejor que el tuyo, por esa razón si sientes algo nadie tiene el derecho a desvalorarlo.
Si te duele, si te importa, si lo deseas. Es asunto de una única persona, tú.
Es verdad, tengo buena posición social. No obstante, yo siento que no poseo nada si la libertad de expresión es una idea abstracta para mis padres. Si no puedo cantar dónde o con quien me apetezca. Si no puedo escoger la carrera universitaria que tanto anhelo. Si la pareja que escogeré para compartir el resto de mis días es la extensión del negocio familiar. Nadie tiene derecho a replicarme mi sufrimiento y quedará de mi parte asumir las consecuencias de liberarme del mismo.
—¿Prefieres té o malteada, Sam?—pregunta Heral captando mi atención, nos hemos reunido en la cafetería para repasar nuestro ensayo de historia.
—Té helado, por favor. Yo invito.—le extiendo mi monedero.
Él me mira divertido—Como si te fuera a dejar hacerlo, rubia tonta.
Suspiro irritada—¿Es un ataque de machismo? Puedo pagar perfectamente la cuenta.
Encoje los hombros—Es un ataque de hacer lo que yo quiera e invitar la cuenta de hoy como agradecimiento de tu excelente defensa del ensayo, puesto que me salvaras el culo de reprobar, no recuerdo ni el tema principal.
Niego sonriendo—Nunca cambias, vago. No sé porque acepto hacer equipo contigo.
—Soy una causa perdida en historia y me amas.—dice bromeando antes de irse a comprar las bebidas.
Trago el nudo de mi garganta.
—Tienes razón, idiota. Pero debo liberarme antes de que lo sepas.—susurro a mí misma clavando la mirada en su ancha espalda.
Calhelia
He pasado buen rato charlando con Odeth y BS durante los descansos de las clases, mi horario coincide bastante con el suyo, incluso en gimnasia. Lo cual me alivia, no quedaré excluida de los equipos como me pasaba el curso anterior. Me gustaría que mis otros amigos también estuvieran aquí, sería muy divertido.
—¿Lhelia, tienes sacapuntas?—cuestiona Odeth sentada a mi lado.
—Claro, aquí tienes.—se lo presto amablemente—Me agrada tener a alguien con quien conversar durante biología.
—¿Yo no importo? ¿Lo nuestro no significó nada?—exclama Batley fingiendo estar herido a un asiento de distancia.
Suelto una risita—Baja la voz, bobo, claro que importas. Eres mi favorito.
Odeth me codea divertida—Eso sonó como la madre que le dice eso a todos sus hijos para nunca revelar quién es el verdadero favorito.
—No reveles los trucos de un mago.—le hago un guiño.
Escuchamos los susurros de nuestros compañeros extenderse por el salón. La profesora ha empezado a organizar parejas para el proyecto, no me molestaría quedar con un desconocido, la mayoría son estudiantes recién ingresados y sería poco probable que me reconozcan.
Me quedo esperando en mi asiento a que terminen el listado, centro mi atención en Odeth que observa a Batley charlar con algunas chicas de las primeras filas.
—Tranquila, él ya te eligió a ti, no hay de qué preocuparse.—le susurro al oído.