Por alguna razón terminé en ese tren,
a las tantas de la noche y sin sueño.
Hace días que no duermo bien.
Mi piel está fría tanto como recuerdo tu voz de invierno,
hecho de tus risas y mis soles.
Cargo una maleta con deseos y decepciones,
pero cuanto más me acerco a la última parada más ganas tengo de dejarla allí y
verla irse desde la estación.
Empezar de cero, empezar sin prisas, ni tormentas.
Sin ataduras ni repsuestas.
Sin el rescuerdo de tu tacto en mi piel y tus rebuscadas palabras, como acto de cobardía.
Afuera está oscuro, apenas se aprecia algún titilante atisbo de luz.
Y aún así se logra ver más que dentro.
Mis palabras ya no las lleva el viento, pues no hay receptor que aguarde.
Y las ventanas están cerradas.
Mi alma que se sostiene en hilos danzantes y juguetones, que amagan con romperse.
Ahora es la maleta quien espera en la estación.
Y yo soy libre.