Auba
—Franco, no consigues nada con caminar de un lado a otro. Solo será una clase—Le aclaré, viendo cómo se detenía para mirarme con mala cara.
Estábamos al frente de la casa de Esteban Revetti, un estupendo ilustrador y viejo amigo de Fernando, que durante los próximos tres meses estará ofreciendo diversos cursos de dibujo en diferentes niveles para jóvenes. En cuanto vi la publicidad que me envió mi mejor amigo, se lo mostré a Franco, animándolo a intentarlo al menos. El, escéptico, le preguntó a su abuela, aclarándole que el futbol no es su pasión y que no sabe cómo decírselo a su padre sin que este termine desilusionado.
Por su parte, Alicia entendió por completo el temor de Franco y se ofreció a apoyarlo respecto al plan, metiéndome en la cabeza, la idea de ocultárselo a Thiago hasta que sea la fecha de inicio del curso. Detestaba guardar secretos con Thiago, más cuando ya me había comprometido a no volver a hacerlo. Sin embargo, su madre me explicó que hasta que Franco no se sienta seguro ni motivado a decirle la verdad a mi jefe, es mejor mantenerlo entre nosotros.
La única condición que se le impuso a Franco, es que si en la primera clase se sentía a gusto con el ambiente, complacido con el aprendizaje al igual que los resultados dentro del mismo, se encargaría de hablar con el propio Thiago para contarle la verdad acerca de cómo prefería mil veces el arte antes que seguir practicando un deporte que detesta. De no ser así, el continuará dándole largas a la mentirilla de amar el futbol hasta que esté preparado de enfrentar a su padre.
—De acuerdo, ya puedes…—Murmuró con la voz temblorosa, señalando con la mano la entrada.
Me las arreglé para disimular la sonrisa divertida que quería esbozar. Lo último que buscaba era incrementar su molestia.
—Si quieres que me quede, puedes pedírmelo ¿Lo sabes, cierto?—Inquirí suavemente, pasando mi mano por su sedoso y azabache cabello.
No había visto nunca a Franco tan nervioso como hoy. Las manos le temblaban, movía sus pies con impaciencia y producía un ruido peculiar con la boca, el sonido era semejante al de un chasquido.
Sus oscuros ojos buscaron los míos, había un brillo de ilusión en ellos, pero al mismo tiempo, una chispa de duda. Sé que el motivo que más lo mantiene inquieto es llegar a decepcionar a Thiago cuando le cuente que no quiere seguir con los entrenamientos, o peor aún, que esté en desacuerdo con lo que quiere, que se muestre inseguro ante las clases de dibujo y no lo apoye. Lo que es absurdo de pensar porque conozco a mi escritor, hasta el sol de hoy solo me ha demostrado lo compresivo que es y el amor incondicional que tiene por sus dos pequeños, no creo ni por un instante que vaya a darle la espalda a Franco, presiento que hará hasta lo imposible porque siga desarrollando sus talentos y disfrute de una experiencia inolvidable en el proceso. Pero este niño es tan terco que lograr que entre en razón es una misión casi imposible.
—No, estaré bien—Afirma, aunado a un asentimiento de cabeza para convencerse a sí mismo de que será así.
Cargo a Yasmina entre mis brazos y la acerco a la puerta para que toque. Segundos más tarde, una niña unos centímetros más alta que el niño a mi lado aparece frente a nosotros. Era rellenita, con mejillas regordetas además de coloradas, nariz aguileña, ojos marrones, cabello largo y ligeramente más oscuro que el de Yasmina; con un hoyuelo casi invisible en su mentón y unas adorables pecas que partían desde la punta de su nariz hasta extenderse a sus pómulos.
—¡Hola! Adelante, pasen—Nos invitó, dibujando una sonrisa de oreja a oreja en su rostro, mostrando sus dientes cubiertos por los aparatos.
La niña que supuse era la hermana de Esteban—por el enorme parecido que tienen— nos tomó de la mano y nos fue adentrando a la casa. Era un lugar modesto, de paredes pintadas por colores pasteles, cuadros grandes de paisajismo hechas de óleo y unas cuantas fotografías familiares.
La primera habitación por la que pasamos fue la sala, un espacio amueblado por dos sofás de cuero de tonalidades grises, uno más oscuro que el otro y un discreto sillón que hacia juego con el resto. En ellos se encontraban algunos cojines entre azules y naranjas, una combinación que en lo particular, es una de mis preferidas. En el centro había una mesa rectangular elaborada a base de madera que brillaba gracias al barniz que lo cubría, sobre esta abundaban los marcos con fotos familiares y cuatro angelitos hechos con cartulina al igual que foamy.
—Me gusta tu boina, es bonita—Interviene la hermana de Esteban con su linda vocecita, logrando sacarme una sonrisa que deja al descubierto mis dientes.
—En casa tengo por montones, puedo darte una si así lo deseas.
—¿De verdad?—Cuestiona sin poder creerlo, viéndome con sus ojos marrones cargados de fulgor.
Asiento y se convierte en un gesto más que suficiente para que ella chille de la emoción, contagiándonos a Yasmina y a mí de su felicidad, a excepción de Franco que la mira como si quisiera eliminarla de la faz de la tierra.
Al pasar una puerta corrediza, frente a nosotros se abre paso un amplio patio trasero, donde hay al menos unas cinco mesas no tan grandes en las que ya se hallan sentados varios jovencitos charlando e intercambiando cuadernos, además de materiales de dibujo. En medio de ellas se alza un hombre de estatura promedio, cabello castaño y muy corto, de ojos marrones que no se perciben con claridad pese a que lleva puestas unas gafas redondas que me recuerdan a las de Harry Potter, su nariz es aguileña aunque no tan pronunciada como la de su hermana menor, su cuerpo atlético se esconde tras las prendas oscuras que carga puestas y que inevitablemente realzan aún más su piel blanquecina.
—Tú debes ser Auba—Apunta Esteban, quien se acerca a nosotros con una sonrisa radiante que deja a la vista unos adorables hoyuelos—Es un placer, soy Esteban. Fernando me ha hablado mucho de ti.