Hubo días en los que la tormenta me venció,
cuando las olas de las dudas golpearon mi pecho
y dejé que las palabras ajenas construyeran mi mundo.
Me convertí en lo que otros esperaban,
una sombra de sus deseos,
un reflejo de sueños que no eran míos.
Pero un día, entre la soledad y el silencio,
escuché una voz que llevaba años callada.
Era la mía.
Era débil, era frágil,
pero tenía algo que jamás había notado:
era sincera, era mía,
y pedía a gritos que la escuchara.
Entonces, comencé a destruir los muros,
esos que había construido para encajar,
esos que me apartaban de mi verdad.
Y descubrí que en mi esencia rota
había un hogar esperando ser habitado,
un refugio cálido que no dependía de nadie más.
Hoy, cuando la tormenta vuelve,
no corro, no busco en brazos ajenos
lo que puedo encontrar en mí.
Me abrazo, me sostengo,
porque he aprendido que soy suficiente,
que soy mi propia calma,
mi propia fortaleza.
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Editado: 08.12.2024