Por años escondí las grietas de mi alma,
pensando que la perfección era lo único valioso,
que las cicatrices debían cubrirse
como quien teme mostrar su dolor.
Me convencí de que la vulnerabilidad
era una debilidad,
un defecto que no debía mostrar.
Pero un día, la vida me quebró.
El dolor fue tan profundo
que no hubo manera de ocultarlo más.
Las grietas se abrieron como un río en desborde,
y todo lo que había guardado salió a la luz.
Creí que me perdería,
que esas heridas me harían menos,
pero descubrí algo inesperado:
en cada grieta entró la luz,
esa luz que había estado buscando
en todo menos en mí.
Hoy llevo mis cicatrices con orgullo,
como mapas de los caminos que recorrí,
como pruebas de que sobreviví a las tormentas.
No soy perfecta, y no quiero serlo.
Soy un mosaico de momentos,
de lágrimas y risas,
y en cada fragmento
hay una historia que me hizo fuerte.
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Editado: 08.12.2024