Había algo en los espejos que me aterraba,
algo que me hacía evitar mi propio reflejo.
Quizás era el peso de las expectativas,
la imagen de lo que debía ser
y no era.
Quizás era el miedo
a encontrarme con una mirada vacía,
a descubrir que no sabía quién era en realidad.
Pero un día me obligué a mirarme,
a sostener mi mirada como quien busca la verdad.
Lo que vi no fue fácil:
había grietas, había cansancio,
pero también había una chispa,
un destello de vida que me pedía ser vista.
En ese momento entendí
que los espejos no me temían,
era yo quien temía verme con honestidad.
Me di cuenta de que nunca había estado vacía,
solo estaba esperando que me diera el permiso
de ser completamente yo.
Ahora, los espejos son mis aliados.
No me muestran perfección,
pero me recuerdan que estoy aquí,
viva, imperfecta
y llena de posibilidades.
Me miro y sonrío,
porque veo a alguien que está aprendiendo
a amarse cada día un poco más.
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Editado: 08.12.2024