El dolor me enseñó cosas
que la felicidad nunca pudo.
Me enseñó que no necesito ser indestructible,
que no hay vergüenza en caer
si tengo la fuerza para levantarme.
Aprende que las flores más hermosas
crecen en terrenos difíciles,
que las raíces más fuertes
se hunden en la tierra más dura.
Y así fui yo,
una semilla olvidada,
luchando por encontrar la luz.
Hubo días en que el peso del mundo
parecía demasiado,
en que el dolor me decía
que nunca florecería.
Pero la vida, terca como siempre,
encontró un camino.
Hoy soy un jardín de cicatrices y flores,
un testimonio de que el dolor
puede transformarse en belleza.
No niego lo que sufrí,
no olvido las noches oscuras,
pero tampoco olvido que de ese lugar
nació la fuerza que hoy me sostiene.
Florecer no fue fácil,
pero valió cada lágrima,
cada herida,
porque hoy me tengo a mí,
y eso es todo lo que necesito.
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Editado: 08.12.2024